Si quisiéramos encontrar una definición amplia y comúnmente aceptada de realidad virtual, podríamos decir que es la representación y percepción de una realidad simulada y sus características sensoriales, de tal manera que el usuario tiene la ilusión de estar presente en ella y, posiblemente, poder interactuar con ella. Platón habría estado muy interesado en el metaverso.
De hecho, ante esta definición, el filósofo diría con cierta satisfacción que se trata de algo ya abordado y discutido en su obra ‘La República’. Por supuesto, en el texto no aparece el término ‘realidad virtual’, pero sí el de mímesis, es decir ‘imitación’. Mímesis es todo lo que no es la realidad, sino que la simula, con el fin, según los casos, de engañar, divertir, adornar o enriquecer.
Por tanto, la idea de ‘duplicar el mundo‘ a través de una simulación no es nueva. Ni siquiera el propio concepto de metaverso lo es. Más allá de las definiciones de ciencia ficción dadas a principios de los años 90 del siglo pasado, se trata esencialmente de una evolución de los mundos virtuales creados a raíz de unos videojuegos online.
El metaverso del que hablamos cada vez con más insistencia se refiere a un espacio híbrido entre la realidad digital y la física. Un lugar virtual donde las personas pueden realizar actividades de ocio, comerciales, formativas o laborales, gracias a tecnologías habilitadoras como los Digital Twins, 3D, la realidad aumentada y virtual, y herramientas como visores, auriculares e IoT.
El metaverso, como todas las tecnologías potencialmente disruptivas, también es polarizador. Algunos argumentan que el fin de la civilización humana vendrá en forma de gafas RV. Para otros, el metaverso representa una gran mejora en la forma en que interactuamos y nos comunicamos. Lo cierto es que estamos en los albores de esta nueva frontera de la digitalización que inaugura la era de la virtualización.
Por ahora hay varios metaversos, construyéndose lentamente y compitiendo entre sí. Desde Decetraland, hasta The Sandbox, pasando por Meta y Ertha, aún no se ha encontrado un estándar y un único mundo virtual por el cual apostar con seguridad. Además, las tecnologías habilitadoras aún suponen una insuperable barrera de precio para una gran parte de la población, y necesitan un mayor desarrollo para ofrecer una experiencia verdaderamente gratificante. Finalmente, desde el punto de vista de las inversiones, estas conciernen principalmente a un nicho de expertos y entusiastas, en particular, del mundo de las criptomonedas y la descentralización: el universo que debería dar vida a la llamada web3.
Estamos lejos de tener una infraestructura capaz de crear un fenómeno de masas o una ‘nueva internet’. Es interesante notar que los dueños de las criptomonedas, el vehículo financiero en torno al cual debería construirse este nuevo mundo, son casi todos millennials. El 76,4% tiene entre 25 y 40 años, mientras que otro 17,4% pertenece a la Generación Z (nacidos después de 1998). A las generaciones X y anteriores solo les quedan las migajas.
Hay quienes, como el venture capitalist Rex Woodbury, vinculan estas criptofinanzas generacionales con el fenómeno de la Gran Renuncia. «Se están reescribiendo las reglas sobre cómo creamos y recaudamos valor económico. Los jóvenes están impulsando esta transformación al rechazar algunas creencias establecidas: que debes permanecer en la misma empresa hasta que te jubiles; que tienes que estar encadenado a tu escritorio de 9 a 18 horas; o que tienes que trabajar para alguien. Casi el 80% de los adolescentes pretende ser su propio jefe y el 40% aspira a emprender su propio negocio”. Las criptofinanzas aparecen como un medio rápido para desarticular los esquemas clásicos.
Si la web 2.0, la de las redes sociales, nació con la promesa de “hacer del mundo un lugar mejor conectando a la humanidad”, la web3 nace bajo la insignia de la descentralización y la distribución de la riqueza. Además, mucho mejor si todo esto ocurre a través de mecanismos de gamificación. Sin embargo, por ahora lo que vemos se parece más a una financiarización (o tokenización) de la existencia, una ruleta especulativa para iniciados que genera legítimos temores de burbujas a punto de estallar.
Entre otras cosas, incluso desde el punto de vista de la distribución, no parece que los resultados estén acompañando las promesas. De hecho, la concentración de la riqueza en bitcoin es 100 veces mayor que la de la economía estadounidense en su conjunto. El 0,01% controla el 27% de los 19 millones de bitcoins actualmente en circulación.
Volviendo al metaverso, ya deberíamos estar acostumbrados a los ciclos de entusiasmo hacia las nuevas tecnologías, por lo que es comprensible también cierta dosis de escepticismo. No obstante, el descubrimiento de la innovación, la correcta evaluación de su potencial y la capacidad de implementarla rápidamente son la clave para la resiliencia de una organización ante los retos del cambio. El metaverso claramente está en pañales y quedan muchas dudas, pero no es demasiado pronto para que las organizaciones comiencen a interesarse en él.
Desde el punto de vista del liderazgo, sin duda podrían surgir interesantes posibilidades para la creación de nuevos espacios de discusión y aprendizaje, más adecuados para una fuerza laboral global en rápido crecimiento y mutación. A nivel corporativo, la consecución de los objetivos pasará por la creación de soluciones personalizadas que promuevan una conexión humana enriquecida, entornos propicios para proporcionar feedback o solicitarlos, abordar un problema o hacer preguntas.
El metaverso puede ofrecer métodos de participación nuevos e interactivos que permitan a las personas aprender más rápido, retener mejor la información y disfrutar del proceso. De esta forma, será más fácil potenciar la formación de habilidades digitales, mejorar las conversaciones internas y conducir a mejoras operativas demostrables en áreas clave como la cultura corporativa y la productividad.
Si hay un ámbito donde la realidad virtual y, en perspectiva, el metaverso ya podemos decir que tendrán un impacto muy elevado este es el de la educación. Durante la pandemia, alrededor de 1600 millones de estudiantes de 192 países, o el 91 % de la población estudiantil mundial, experimentaron interrupciones en su formación. Se elaboraron soluciones basadas en plataformas digitales y propuestas de e-learning que, sin embargo, en muchos casos no ofrecieron un grado de implicación realmente satisfactorio.
El desafío que enfrenta el mundo de la educación es precisamente integrar la digitalización en el recorrido académico, no solo como soporte, si no como cambio de mentalidad que informa la propuesta pedagógica. Y esto pasa por la búsqueda de soluciones más inclusivas y creativas. Las universidades de todo el mundo necesitan innovar y experimentar con nuevos enfoques y herramientas, para practicar la interacción humana dentro de experiencias que promuevan la creatividad y la colaboración. En este sentido, es muy posible que las instituciones educativas tengan que labrarse su propio metaverso, sustentado por su propio ecosistema de financiación descentralizado o apoyándose en uno ya existente.
De hecho, en los últimos meses, han aumentado las inversiones descentralizadas en universidades, también a través de asociaciones de estudiantes, con el objetivo de potenciar la tecnología blockchain, vinculada a web3 y metaverso. Un claro ejemplo de ello es BitDAO, la plataforma de inversión descentralizada promotora de EduDAO, un fondo dotado de 11 millones de dólares anuales para financiar investigación y educación en distintas universidades como MIT, Oxford, Berkeley o Harvard.
Si, como vimos, la gran revolución de la virtualización es, en gran parte, una revolución generacional, no es de extrañar que uno de sus motores sean las universidades y el mundo de la formación. Sin perjuicio de las legítimas dudas sobre la aplicabilidad y sostenibilidad a largo plazo de la descentralización y la gobernanza generalizada, el mundo avanza en esa dirección. Ocuparse de ello es indispensable.