Mindfulness para prosperar en la ‘economía de la atención’

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«Dondequiera que mires, hagas lo que hagas, el rendimiento se lleva al extremo, a menudo supervisado por aplicaciones y compañeros con los que competimos”. Así escribió, en 2018, Avivah Wittenberg-Cox en el Harvard Business Review en su oda a la moderación. «Ser moderados, en cualquier forma o cosa, se percibe como una expresión de diletantismo, el hábito de un vago que no tiene la fuerza de voluntad para entrenar 10.000 horas en algo y volverse muy bueno en lo que hace».

Dos años después de este análisis, la pandemia nos trajo un momento de aparente éxtasis y dilatación temporal que, sin embargo, en la mayoría de los casos no sirvió para la tan esperada búsqueda de la moderación (que no significa mediocridad). De hecho, muchos de nosotros hemos batido nuestros propios récords de horas trabajadas en estos meses tan excepcionales.

Hemos ocupado el vacío dejado por la falta de oportunidades de socialización con actividades que consideramos, o que nuestro contexto social considera, productivas. Una saturación de la agenda funcional a evitar una reflexión sobre lo que hacemos, por qué y cómo. El imperativo, a menudo, es hacer algo, lo que sea, mejor si varias cosas a la vez.

De hecho, los neurólogos han demostrado que el multitasking manda a nuestro cerebro un impulso de dopamina, un neurotransmisor que produce adicción y gratificación. Y esto nos empuja a querer repetir la experiencia. Por otra parte, en 2011, la Universidad de California publicó un estudio con el que demostró que pasar rápidamente de una tarea a otra afecta nuestra memoria a corto plazo. Un impacto negativo que se hace más evidente a medida que se envejece.

La capacidad de nuestro cerebro para prestar atención es excelente, pero no infinita. Si estamos atentos a algo, estaremos menos o nada atentos a todo lo demás. No importa cuánto lo intentemos, la atención humana sigue siendo un recurso limitado. Precisamente por esto tiene, como cualquier otro recurso limitado, un gran valor. Así, siempre que estamos atentos a algo que podríamos ignorar estamos llevando a cabo una mala inversión.

La conciencia de la importancia y el límite de la atención ha llevado a hablar de la ‘economía de la atención’. El primero en hacerlo fue el premio Nobel Herbert Simon, quien, ya en 1971, escribió que la gran cantidad de información disponible consume la atención de los destinatarios. Chris Anderson, periodista y ensayista estadounidense, teorizó que: «el dinero dejará de ser la señal principal en el mercado y en su lugar surgirán dos factores monetarios: la economía de la atención y la economía de la reputación».

En 1997, también el escritor Michael Goldhaber dijo que la verdadera moneda de la entonces incipiente New Economy no sería el dinero, sino la atención. Según Goldhaber, cada una de nuestras acciones es una transacción: tomamos el capital (finito) de nuestra atención y decidimos invertirlo en algo, a expensas de otra cosa. En resumen, estaba denunciando el falso mito del multitasking mucho antes de que naciera.

Invertimos la mayor parte de este preciado recurso en la realización de tareas cotidianas como estudiar, trabajar, gestionar, cuidar y relacionarnos con las personas que nos rodean. Todas estas son actividades que hoy nos obligan a procesar una cantidad de información mucho mayor que en el pasado: pensemos en el crecimiento exponencial de los mails de trabajo. O el torbellino de mensajes en WhatsApp al que están expuestos los padres de cualquier niño en edad escolar.

Cada momento del día puede ser colonizado por contenidos e información de la más variada índole que compiten por captar la atención de tantos usuarios como sea posible. Es una verdadera batalla por hacerse con este excedente cognitivo. Por eso los contenidos se vuelven más breves, concisos, cautivadores, inmediatos, simplificados e incluso brutales.

La hiperestimulación, derivada en parte del mundo tecnológico, produce efectos devastadores sobre la atención, que, al tener que responder a muchos estímulos a la vez, se fragmenta reduciendo la eficiencia de respuesta, la reactividad y, especialmente, la calidad. Con todo, el multitasking sigue teniendo una gran demanda y consideración, pero la realidad es que suele ser enemigo de la eficiencia.

Nos hemos desacostumbrado al enfoque y la reflexión, mientras que ha aumentado la inclinación hacia la homologación en detrimento de la creatividad. Numerosas investigaciones hablan de Trastorno patológico de difusión de la atención (DDPA), una nueva condición en la que la atención robada, reducida y esparcida entre múltiples estímulos, ya no permite vivir situaciones de forma plenamente consciente y controlada, obligándonos a actuar superficialmente.

Por tanto, en una realidad en la que la atención se ha convertido en un bien escaso y preciado, es importante aprender a gestionar nuestros recursos, mediante la programación del tiempo, la selección de las fuentes, el control de impulsos y respuestas, con el objetivo de aumentar el control sobre uno mismo y el entorno. En definitiva, es fundamental recuperar una plena conciencia.

Este es el concepto del mindfulnes, una herramienta que está resultando válida, incluso a nivel laboral, para recuperar o fortalecer la capacidad de concentrarse en el momento presente, para así mejorar el desempeño, reducir el estrés y aumentar el nivel general de bienestar y plenitud. Existen varios recorridos para acercarse a esta práctica.

Brian Solis, antropólogo y analista digital, ha puesto en marcha el método Lifescale (‘How to Live a More Creative, Productive, and Happy Life’) para desarrollar la conciencia y re-aprender a enfocarse, con la convicción de que practicar el mindfulness permite concentrarse en el presente, y que la claridad del propósito contrarresta el caos mental creado por la falta de objetivos espirituales. En este sentido, coincide en gran medida con el concepto japonés de ikigai, cuyos pilares son:

  • Empezar de lo pequeño
  • Olvidarse de uno mismo
  • Armonía y sostenibilidad
  • Alegrarse por las pequeñas cosas
  • Estar en el aquí y ahora

Solis considera que cuatro tipos de experiencias pueden promover una claridad de propósito:

Bienestar físico y mental: participar en actividades que promuevan la buena salud.
Pertenencia y reconocimiento: dar y recibir validación entre las personas que nos importan.
Actividades personalmente valiosas: darse tiempo todos los días para hacer lo que amamos.
Acercamiento y conexión espiritual: buscar un sentido de conexión con algo más grande que nosotros y cultivar la idea de ser parte de la experiencia humana colectiva.

En términos generales, el mindfulness es una herramienta potencialmente útil para obtener ventajas psicofísicas, organizativas y económicas, para gestionarse mejor y hacerlo en relación con los demás, ayudando a incrementar la conciencia y el equilibrio emocional. Al fomentar la atención intencionada, de hecho, se reducen las distracciones, se facilita la toma de decisiones y la gestión de los problemas de forma más eficaz, mejorando la productividad.

El mindfulness también favorece la liberación de las trampas mentales y los automatismos, ayudando a encontrar soluciones innovadoras. Además, permite desarrollar todas aquellas actitudes necesarias para una colaboración eficaz, mejorando la empatía y la comunicación interpersonal.

Si aumentan la conciencia y la autoestima, incluso el cambio deja de dar miedo. El mindfulness puede ser un motor silencioso del bienestar empresarial: cuando las personas se sienten cómodas en el lugar de trabajo, el absentismo o el burn-out disminuyen, con la consiguiente disminución de la rotación. Los recursos se quedan en la empresa, porque encuentran un clima favorable a la colaboración, en el que las personas pueden ofrecer lo mejor de sí.

Solemos identificamos con nuestros pensamientos y, por lo tanto, podemos acabar siendo rehenes de ellos. Sin embargo, el pensamiento es en gran parte hijo de las creencias adquiridas y la percepción, de modo que puede ser erróneo. El mindfulness ayuda a observar los pensamientos con desapego y distancia para reconocer también su falacia.

Como una hoguera desatendida, las emociones negativas tienden a extinguirse si no están continuamente atizadas con pensamientos negativos. Del mismo modo, la corriente de emociones positivas puede convertirse en un poderoso río si se alimenta. Nosotros tenemos el poder de decidir sobre la naturaleza de nuestros pensamientos.

Lo cierto es que el concepto de desacoplamiento identidad-pensamiento tiene muchos nombres, entre ellos ‘disolución del ego’ y, esencialmente, consiste en crear un espacio crítico entre los pensamientos y la propia identidad. Un espacio libre donde es posible construir lo impensable.