Ikigai es un concepto típico de la cultura japonesa que se ha hecho bastante popular en los últimos años en Occidente, gracias a varios libros que han divulgado su significado. No existe una traducción exacta al castellano, pero podríamos decir que encarna la idea de la alegría de vivir o del significado de la vida. En esencia, el ikigai corresponde a la razón por la cual nos levantamos cada mañana.
El concepto se representa a menudo con un diagrama de Venn con cuatro cualidades superpuestas: lo que se ama, lo que se sabe hacer, lo que el mundo necesita y lo que el mercado te reconoce y te paga por ello. Es una mezcla de pasión, profesión, misión y vocación.
Cuando logramos crear un equilibrio personal entre estas cuatro áreas de la vida, cuando hay armonía entre quienes somos, cómo nos ven los demás, qué hacemos con nuestra vida y la contribución que hacemos al mundo, nos sentimos satisfechos y realizados. Es el resultado de un equilibrio entre deseo y naturaleza. Allí es donde encontramos nuestro ikigai.
Aquellos que buscan la felicidad corren un mayor riesgo de obsesionarse con ella y, por tanto, de acabar siendo infelices de manera crónica. Los espacios vacíos en el diagrama de Venn son precisamente estos riesgos subyacentes: insatisfacción, vacío, incertidumbre y un sentimiento de inutilidad. La felicidad está muy cerca, pero hay que cambiar el punto de vista y a veces el rumbo de nuestra vida.
En su libro Ikigai-ni-tsuite (‘Sobre el ikigai’), la psiquiatra japonesa Mieko Kamiya explica que a nivel etimológico, la palabra ikigai sería similar a ‘felicidad’, pero con una sutil diferencia que lo cambia todo. En la mayoría de las lenguas occidentales, el término ‘vida’ corresponde a la existencia en sí misma, pero también a la vida cotidiana. En japonés, sin embargo, los dos conceptos están separados: jinsei significa vida y seikatsu significa vida cotidiana. La idea expresada por el ikigai se acerca más al segundo concepto: el producto de la suma de pequeñas alegrías cotidianas.
El secreto para una vida feliz, por tanto, no sería pararse a la espera de un gran mañana (o incluso de la eternidad), sino vivir intencionalmente el hoy. Este principio es aplicable no solo a nivel individual, sino también como comunidad. Los líderes deben crear las oportunidades para que cada miembro del equipo/grupo/sociedad se conecte con esta misión y encuentre un significado para sí mismo y su colectivo. Un Ikigai común que sirva para crear una identidad (y una cultura) a la que apelarse sobre todo en los momentos de dificultad.
Ikagai es un concepto humanista que se centra en la persona y sus necesidades reales. Utilizado como prisma para leer el liderazgo, está claro que el éxito ya no está en unas ganancias a corto plazo, sino en la forma en que el propio líder logra tocar productivamente en un sentido amplio la vida de las personas que les rodean. Y cuando las personas están en el centro del liderazgo, el líder se convierte en un coach, un maestro y un guía, como lo fue Sócrates en su época.
Un líder socrático busca desarrollar el potencial de su equipo, permite a las personas expresar actitudes y vocaciones, crea un clima relacional de intercambio, solidaridad y compromiso mutuo. Sabe que las personas vienen antes que los procesos, porque son las personas que crean y desarrollan los flujos productivos, son ellas quienes los hacen funcionar.
La visión corporativa pasa de ser un objetivo abstracto o, peor aún, una mera herramienta de marketing interno, a ser una matriz cultural, una ética del cambio y una filosofía de liderazgo. La visión común surge de las preguntas y el intercambio de respuestas entre todos los miembros.
En esta perspectiva, el desarrollo del talento está subordinado al crecimiento de la persona, que pasa también por el aumento de la tasa de felicidad y el encuentro con el ikigai. Porque el talento se desarrolla más y mejor en una atmósfera de bienestar y, al mismo tiempo, alcanza una mejora continua cuando los objetivos son cada vez más desafiantes. Es necesario saber lo que se está haciendo, pero también saber por qué y de qué forma esto influye en la comunidad a la que se pertenece.
Por eso, una vez más, el enfoque del liderazgo femenino es el más apropiado. Porque es el modelo de la red, del intercambio de conocimientos, del compartir, es el marco de gestión capaz de combinar armoniosamente pasión y profesión con misión y vocación.
Al desarrollar actitudes y potencial, el liderazgo femenino es la herramienta adecuada para organizar a las personas de acuerdo con sus pasiones. Así, la mejora continua se convierte en una motivación espontánea, porque los que aman su trabajo, aman hacerlo bien. Esta mejora continua, que es el corazón de otro concepto nacido en Japón, el Lean Management, no es una prerrogativa de la ingeniería, sino de todos quienes trabajan en procesos y, sobre todo, en formar la cultura que impregna el clima corporativo.
La mejora de la productividad, tan ansiada hoy en día, no se logra confiando ciegamente en la robótica o la inteligencia artificial, sino invirtiendo en el talento y la felicidad/satisfacción de las personas, consiguiendo un mejor encaje y altos resultados. Esto no significa llenar las oficinas con mesas de billar, sofás de mil colores y boleras… Sino, más bien, acompañar el crecimiento profesional y personal y encontrar un equilibrio adecuado e íntimo para cada persona entre la vida y el trabajo. Pero, por fin, dando prioridad a la primera.
Un líder que cuide de su comunidad, se centra en las relaciones y las personas, la cultura y el desarrollo. Es un campeón del aprendizaje, de la gratificación, de los feedback positivos que reconocen el valor de los demás, así como de los negativos y constructivos, que estimulan a las personas a superarse a sí mismas. El reconocimiento, el respeto, la colaboración, el apoyo mutuo son valores, pero también herramientas prácticas. Las típicas del liderazgo femenino, por cierto.
Hoy sabemos cómo instruir a un niño para dar un concierto a los nueve años (método Suzuki, otra vez Japón), cómo entrenar para cubrir largas distancias o memorizar cientos de números y aprender a tocar el banjo en 20 horas. Sin embargo, es el momento de aprender cómo hacer felices a las personas que trabajan con nosotros, cómo desarrollar su talento, cómo hacer que un equipo este cohesionado, tenga seguridad psicológica. Hoy tener éxito significa hacer que las personas sean felices de estar, trabajar juntas y conseguir juntas.