Líderes antifrágiles: cómo convertir la incertidumbre en una herramienta de crecimiento sin caer en el positivismo tóxico

Líderes antifrágiles

Por SIMON LEE en Unsplash

Un incendio crece con el viento en lugar de apagarse o permanecer igual como la llama de una vela. Lo mismo ocurre con el azar, la incertidumbre y el caos: debemos aprender a utilizarlos, en lugar de evitarlos. Debemos aprender a ser fuego y esperar que se levante el viento. Fue Nassim Nicholas Taleb, estadístico, filósofo y economista libanés, quien acuñó el término antifragilidad y para entenderlo es necesario definir su opuesto directo: fragilidad.

Un sistema es frágil cuando sufre acontecimientos que lo pueden comprometer o destruir. Por el contrario, ser antifrágil significa saber canalizar las energías que se liberan cuando llega el estrés y fortalecerse a través de la dificultad, abrazando lo inesperado, las dificultades y los cambios que se vuelven palancas de la evolución.

La antifragilidad alienta a considerar la incertidumbre como oportunidad de crecimiento y aprendizaje. En este sentido, va más allá de la resiliencia. Lo resiliente, de hecho, resiste los impactos pero no cambia; lo antifrágil mejora. Esta propiedad subyace a todo lo que evoluciona con el tiempo: biología, sistemas políticos, innovación tecnológica, cultura y economía, organizaciones. Así, la forma más eficaz de comprobar el nivel de antifragilidad de una persona es comprobar su reacción a los cambios.

Veamos algunos ejemplos de fragilidad, resiliencia y antifragilidad tomados de la mitología clásica. Damocles como ejemplo de fragilidad: el cortesano Damocles codiciaba el trono del rey. Para mostrarle lo precaria que era su felicidad, el soberano le hizo sentarse en su lugar. Sobre su cabeza colgaba una espada sostenida únicamente por una fina crin de caballo, símbolo de las preocupaciones y peligros que se cernían sobre él.

El Fénix como ejemplo de resiliencia: el ave muere en el fuego y renace de sus cenizas exactamente igual que antes, sin mejoras ni evoluciones.. La Hidra como ejemplo de antifragilidad: cada vez que un héroe corta una de las cabezas de la monstruosa serpiente, dos nuevas vuelven a crecer en su lugar. La Hidra se vuelve más fuerte gracias a las adversidades.

Desafortunadamente, el mundo está lleno de ‘líder Damocles’, un liderazgo narcisista que aspira a roles cada vez más complejos y de responsabilidad y luego desarrolla estrategias de camuflaje y manipulación para no mostrar sus miedos e incompetencia. También hay muchos ‘líderes Fénix’ que, cuando se produce algún cataclismo, logran recuperarse, ponerse de pie, y con ellos las empresas en las que trabajan, sin cambiar nada de su planteamiento. Sin embargo, a largo plazo esta estrategia no les permite mantener un nivel aceptable de resultados.

En cambio, tenemos una necesidad creciente de ‘líderes de Hydra’, que sepan construir algo nuevo a partir de los acontecimientos, aprender e integrarse en prácticas renovadas que mejoren las experiencias adquiridas a través de fracasos y grandes dificultades, guiados por valores fuertes y capaces de involucrar a los demás. Los necesitamos porque pueden fortalecer a los sistemas que gravitan a su alrededor después de haber estado expuestos a factores estresantes, shocks y errores inesperados.

Un líder antifrágil intenta tomar decisiones que puedan conducir a mayores beneficios, cuando ya ha alcanzado el objetivo fijado, o a menores daños en caso de fracaso. El mecanismo de la antifragilidad ayuda en los procesos de toma de decisiones no predictivos en condiciones de incertidumbre, es decir, cualquier situación en la que exista aleatoriedad, imprevisibilidad, opacidad o una comprensión incompleta de las cosas.

Sin embargo, adquirir una mentalidad antifrágil no es sencillo ni inmediato, sino un camino continuo de aprendizaje, experimentación y adaptación, en el que es necesario:

No encerrarse en una jaula dorada, evitar sobreproteger el sistema debilitando su capacidad de respuesta ante eventos inesperados y críticos. Hay que resistir el impulso de suprimir el azar y acoger lo inesperado, el malestar y la incertidumbre como condiciones naturales de vida en las que es posible cultivar el propio crecimiento.

Incrementar la autoeficacia, ser proactivos y motivados para actuar con espíritu de iniciativa, entrenando al sistema para reaccionar ante eventos inesperados. Mejorar la capacidad de generar respuestas creativas a los problemas y aprender a asumir riesgos, fuera de la zona de confort. Preferir estrategias basadas en la experimentación, a través de pruebas y mejoras. Evitar soluciones deterministas y esquemas predefinidos. Los cambios requieren flexibilidad y un enfoque experimental.

No temer al fracaso, sino acogerlo como vehículo de información y como herramienta de crecimiento, utilizando los errores como oportunidades de superación personal.

Practicar la conciencia emocional para estar siempre alineados con nuestros valores. Al mismo tiempo, promover la cultura de la colaboración definiendo y compartiendo objetivos comunes. Enfoques orientados a la co-creación y evolución de jerarquías.

Aumentar la redundancia adaptativa: no limitarse a replicar la misma solución de un sistema, sino probar estrategias alternativas diferentes y competitivas. Evitar el enfoque “ya sé cómo hacerlo»: no es cierto que las soluciones que demostraron ser eficaces en el pasado puedan aplicarse con éxito en el presente o en el futuro. Aceptar introducir intencionadamente pequeñas dosis de estrés (desafíos, cambios) para entrenar la apertura y la voluntad de gestionar este tipo de situaciones.

Para poder hacer todo esto y desarrollar un liderazgo antifrágil es necesario entrenar constantemente:

  • El pensamiento sistémico conectado con la complejidad que nos permite comprender por qué no podemos controlarlo todo. Lo que sí podemos hacer es nutrir las relaciones y contribuir a la evolución de un sistema complejo.
  • El pensamiento estratégico, basado en información lógica concreta, en los hechos. Los pensadores estratégicos creativos buscan oportunidades y las aprovechan mientras trazan el camino hacia los resultados deseados.
  • El pensamiento innovador, conectado con la gestión del cambio. Se trata de la capacidad de captar estímulos, de buscar soluciones innovadoras y originales, ampliando los posibles enfoques de situaciones y problemas.
  • El pensamiento reflexivo para fomentar el pensamiento crítico y la toma de decisiones es esencial para las personas que adoptan el aprendizaje y la mejora continua.
  • El pensamiento prospectivo para imaginar, explorar, anticipar y comprender el futuro.

Un líder antifrágil mantiene una actitud activa ante los acontecimientos que lo ponen a prueba. Una actitud que, sin embargo, huye de las numerosas, a menudo tóxicas, proclamas de optimismo a toda costa. El pensamiento positivo no debe utilizarse para negar la realidad y el autoengaño. De hecho, a veces las personas intentan convencerse de que todo irá bien, incluso cuando las cosas van francamente mal.

Esto puede provocar falta de acción y una mayor decepción cuando las cosas no salen según lo planeado. Más bien, es importante afrontar los problemas y buscar soluciones realistas. Por último, el pensamiento positivo no debe utilizarse como una herramienta para ignorar las emociones negativas, que son una parte natural de la vida y no deben negarse, sino gestionarse de forma sana y eficaz, como enseña el enfoque antifrágil.

Continuando con el análisis sobre la toxicidad del pensamiento positivo demasiado rígido, es importante resaltar cómo su aplicación excesiva puede generar una especie de presión psicológica sobre las personas. Esta presión puede conducir a mayores niveles de ansiedad y estrés, creando un círculo vicioso de insatisfacción y frustración. Además, el pensamiento positivo puede volverse tóxico cuando se utiliza como arma para juzgar a los demás, invocando una especie de superioridad moral que puede resultar perjudicial para las relaciones interpersonales.

Cuando un objeto de cerámica se rompe, los maestros del arte japonés del kintsugi toman las piezas y lo vuelven a ensamblar, reparándolo con oro. No ocultan la fragilidad, fijan la historia del objeto escribiendo otra. Una nueva historia imperfecta y única, con algunas cicatrices de la experiencia pasada, determina otro futuro, más precioso, más fuerte, antifrágil.