Mirémonos adentro y redescubramos el tiempo

El virus ha puesto en cuarentena los amores a distancia, ha puesto a prueba las parejas en crisis e incluso las familias más unidas. También merma las defensas de las personas solas y lucha con la poca paciencia de los adolescentes y el desconcierto de los niños. Los hogares se convierten en generadores de tensión y ansiedad por demasiado compartir, tan peligrosa y frecuente como la que procede de la separación.

Angustia, inseguridad, vulnerabilidad e impotencia son algunas de las emociones que nuestro Sistema Nervioso Autónomo activa como reacción ante una emergencia inesperada. Emociones que a la larga pueden convertirse en apatía, depresión y tristeza. La persistencia de la emergencia puede tener un impacto negativo en los recursos mentales y físicos de los que disponemos. A una primera fase de ‘supervivencia’, caracterizada por la huida del problema, sucede una ‘desconexión’ de los recursos disponibles.

Es imposible establecer un límite de resistencia en estas condiciones, pese a que por naturaleza el ser humano esté acostumbrado a adaptarse a las diferentes situaciones, incluso las más críticas. Entre los recursos indispensables para restaurar un estado de bienestar en una situación traumática se encuentran la respiración, el movimiento y la conexión relacional. Sin duda, compartir es la principal terapia emocional: necesitamos conexiones interpersonales.

Las relaciones sociales son fundamentales para hacernos sentir bien desde un punto de vista biológico: el cerebro no se desarrolla sin relaciones. Para mantenerse saludables, y no dejar paso a sensaciones de ansiedad que debiliten nuestro sistema inmunológico, el ser humano necesita sentirse seguro. Para lograrlo, debe sentir que los demás están de su lado, a través del tono de la voz, la mirada o la sonrisa. En una fase de distanciamiento social, debemos encontrar esta seguridad de otra forma.

Podríamos aprovechar esta experiencia para comprender la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene a la hora de determinar su salud y la de los demás. Redescubrir el altruismo y la colaboración. Entender que de nuestro comportamiento se derivan beneficios para la comunidad, y especialmente para los grupos más débiles. Ofrecer nuestra presencia, incluso en condiciones de ausencia forzada. En situaciones difíciles, es bueno sentirse útiles, preocuparse por los demás y encontrar una manera de enseñarle algo a alguien.

Estamos acostumbrados a imaginar la soledad como una condena, un triste destino o una elección sufrida. Sin embargo, vivir esta experiencia en solitario nos puede abrir las puertas a la intimidad con nosotros mismos, un bien muy raro y valioso. Las personas que pasan el confinamiento en compañía de su soledad deben aprender a vivir en un espacio mental y físico hecho de silencios que pueden llenar como desean. Este período de prudencia en los contactos puede representar una especie de ventana perceptiva hacia nuestro mundo interior, para llegar a ser más conscientes. Y, tal vez, más consistentes.

Es importante no transformar este tiempo en un tiempo indefinido y desordenado. La principal dificultad es autogestionarse, ya que antes era el mundo exterior quien dictaba el ritmo y le daba sentido al tiempo. Volvamos a aprender a organizar nuestro día, dándole un significado y un propósito, transformando todo esto en una oportunidad para descubrir, o redescubrir, lo que más nos importa. Aprendamos a usar el tiempo de otra manera, aprovechando incluso el aburrimiento que, en niños como en adultos, es un momento necesario para la creatividad.

Este tiempo redescubierto puede ser una ocasión para reorganizar nuestra vida diaria, fortalecer nuestros recursos y restablecer nuestras prioridades. Nuestra casa puede ser un refugio en lugar de una prisión, y el tiempo puede ser reencontrado en lugar de perdido. En un mundo que se centra en los plazos a cumplir y las citas a planificar, debemos aprender a aceptar que también podemos parar y posponer un poco.

Tenemos que intentar detener el conflicto, ponerlo en segundo plano. Tratar de aceptar que en este momento complicado la prioridad no es resolver el conflicto, sino no desgastarse demasiado mientras esperamos volver a la vida normal. Todos respondemos de manera diferente a una situación tan traumática. Debemos intentar ser comprensivos y pacientes, tratar de amortiguar en lugar de exacerbar las peores reacciones de los demás. No es fácil, pero será una lección que nos será muy útil en el futuro.

Compartir preocupaciones, duelos y temores es también la mejor manera de lidiar con los miedos que pueden surgir de la incertidumbre y la precariedad. A menudo, lo que nos asusta, también asusta a los demás, y compartirlo puede ser de gran alivio. El miedo es una emoción natural que evolutivamente nos ha permitido sobrevivir, aumentando el nivel de atención y preparando el cuerpo para responder en caso de peligro repentino. Sin embargo, ahora que ya no necesitamos tomar medidas para escapar de los peligros materiales concretos, el miedo se convierte en ansiedad, una sensación desagradable que anticipa y amplifica las consecuencias de esos mismos peligros que, en condiciones normales, consideraríamos inofensivos.

Todo es percepción y es importante recordar que la percepción de la realidad puede cambiar mucho cuando experimentamos emociones negativas: por ejemplo, cuando estamos agitados, nuestra percepción del riesgo puede variar mucho. Una buena manera de deshacerse de la carga de emociones que, comprensiblemente, se agita dentro de nosotros es reconocer esas emociones por lo que son y dejar que fluyan, sin intentar resolverlas, controlarlas u ocultarlas.

La inestabilidad externa también afecta nuestras certezas internas. Nos preguntamos cómo será el día de mañana, qué cambiará, cuándo terminará y no tenemos respuestas. Estos son factores que no dependen directamente de nosotros, no son controlables. Pero podemos controlar cómo reaccionamos ante lo que está sucediendo, podemos aprender a acoger todas estas emociones de desconcierto e incertidumbre. Precisamente la resiliencia es esa capacidad del ser humano de acceder a las emociones positivas para adaptarse a los cambios.

Más allá de los consejos prácticos, es esencial aceptar los momentos y emociones negativos, verlos y vivirlos, y luego tratar de cambiarlos de manera efectiva. Es inútil repetirnos que es imposible aguantar entre frustraciones, miedos y conflictos. No hay alternativa, debemos aguantar, tenemos que movernos con inteligente elasticidad, lo que, por cierto, se debería hacer en cualquier otro momento de nuestras vidas. Necesitamos encontrar el punto de quiebre. Como los corredores saben, siempre hay un momento en que crees que no puedes más y si superas esa dificultad, te vuelves más fuerte.