Aprender a gestionar el tecnoestrés frente al bombo tecnológico

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Foto de Jong Li Wong en Unsplash

Han pasado unos dos años, pero parecen diez, desde que Mark Zuckerberg resucitó el término ‘metaverso‘ de los años 90, prospectando la creación de una especie de gemelo digital del mundo. En esas mismas semanas, los capitalistas de riesgo invirtieron más de 30 mil millones de dólares en startups de la Web3. La pandemia y los confinamientos acrecentaron la euforia mediática y financiera hacia las nuevas fronteras de la revolución digital.

Desde entonces, sin embargo, el sol de California se ha ofuscado un poco: en el último trimestre de 2022, las inversiones en startups estadounidenses cayeron un 63% en comparación con el mismo período del año pasado, mientras que el valor bursátil de los gigantes tecnológicos se ha desplomado: Meta ha bajado un 60% desde sus máximos de otoño de 2021, Tesla casi un 70%, Amazon y Netflix un 50%. El impacto también se advirtió fuera de los mercados financieros, afectando a miles de personas despedidas por Google (12.000), Meta (11.000), Amazon (18.000), Microsoft (10.000) y varios otros.

El espejismo del crecimiento infinito de Big Tech parece desvanecerse frente a las dificultades del mundo real, la inflación y el aumento del costo del dinero. Nada nuevo, ya que “en cada recesión económica importante en la historia de Estados Unidos, los villanos son siempre los héroes del boom anterior”, como le gustaba repetir a Peter Drucker. Esta fase será útil si sirve para recordar a los gigantes tecnológicos su mortalidad. Un memento mori al que responder reequilibrando el eje entre las actividades productivas y la pura especulación financiera.

Precisamente el metaverso ya parece una herramienta obsoleta, así como NFT, Web3 y todo el mundo de las criptomonedas, aunque con diferencias significativas. Mientras tanto, sin embargo, la Inteligencia Artificial es lo que ahora protagoniza el ‘efecto wow’, al que la tecnología nos tiene acostumbrados en los últimos 20 años.

Dado que las últimas apuestas tecnológicas han resultado ser, al menos por el momento, más bien grandes campañas de marketing, es legítimo preguntarse si alguna de estas supuestas revoluciones semestrales tiene fundamentos reales. O, al menos, si vale la pena perseguirlas, tratando de mantenerse al día con lo que parece una carrera alimentada por los medios. No todos, según el Wall Street Journal, de hecho, es hora de que la tecnología vuelva a ser «aburrida» y abandone ambiciones “caras y poco interesantes para las personas como el metaverso y los coches autónomos”.

También hay que decir que el final de un ciclo financiero irracional no indica de por sí el fin de una tecnología y, por lo tanto, también el metaverso podría volver, siguiendo las etapas del ciclo del hype (entusiasmo) descrito por Gartner. Como ha escrito Harry McCracken, “la disminución del interés en una categoría tecnológica no implica que esté destinada a desaparecer para siempre”. Con tiempo, desarrollo y mucho dinero es posible que algunas de estas innovaciones resurjan y se conviertan en una herramienta verdaderamente útil.

Dicho esto, a pesar del bombardeo mediático, la sensación es que en los últimos años no ha habido innovaciones tan relevantes y disruptivas como para generar tasas de crecimiento capaces de superar incluso las crisis económicas más agudas. Después de la revolución de las redes sociales y los dispositivos móviles, ya no se produjo una innovación lo suficientemente poderosa como para cambiar la vida cotidiana de la mayoría de los ciudadanos del mundo digitalizado.

La IA generativa es el actual candidato para lograr este objetivo. Es cierto que el mecanismo comunicativo alrededor del metaverso en 2022 y el de la IA en 2023 tienen varios aspectos en común, sin embargo, según los analistas, hay una diferencia fundamental: si el bombo en torno al metaverso parece inconsistente debido a la dificultad para identificarlo con una tecnología específica, el entusiasmo financiero y mediático en torno a la IA generativa se basa en una tecnología subyacente muy sólida y profundamente integrada en los procesos de automatización de las plataformas digitales que usamos todos los días.

Las técnicas de aprendizaje automático han recorrido un largo camino hasta alcanzar su punto máximo de interés a finales de 2022 con la difusión de herramientas como Lensa AI, DALL.E y ChatGPT. La industria de la inteligencia artificial, con décadas de trabajo a sus espaldas, tuvo que afrontar múltiples fases de escepticismo. Si bien la IA generativa también ha recibido su parte de expectativas excesivas, no es comparable con las generadas por el metaverso, que, a través de campañas publicitarias y de marketing, nos hizo creer que ya existía un entorno de realidad virtual inmersivo y abierto en el que trasladar una parte de nuestra vida cotidiana.

Entonces, ¿podemos estar seguros de que la IA cambiará el mundo? Es una pregunta que es casi imposible de responder y quizás incluso inútil de hacer. La tecnología sigue su camino, a veces desapareciendo bajo tierra para re-asomar de forma inesperada, no es una ruta determinista hacia el éxito y conviene limitar las expectativas, observar y probar, sin dejarse llevar por la ansiedad ante cada anuncio de novedad tecnológica supuestamente revolucionaria.

De lo contrario, el riesgo es sufrir lo que el psicólogo estadounidense Craig Brod, ya en 1984, identificó como ‘tecnoestrés‘. El estudio del profesor Ragu-Nathan establece que las TIC crean estrés porque son complejas y cambian con frecuencia, implican curvas de aprendizaje muy empinadas, requieren más trabajo, conducen a una multitarea excesiva y van acompañadas de fallos y errores técnicos.

Para evitarlo, las empresas deben esforzarse por lograr internamente un nivel adecuado de conciencia digital, es decir, aquellas digital soft skills que identifican el nivel de conciencia del impacto que la transformación digital puede tener en las personas y su capacidad para gestionarlo. Sin embargo, esto debe ir acompañado de un trabajo del individuo sobre sí mismo: debemos luchar contra la sensación de un mundo que evoluciona más rápido de lo que somos capaces de absorber, porque es una percepción falsa.

Según Elon Musk, no hay problema que no se pueda solucionar gracias a la tecnología: el mundo se salva con ella. Y también la humanidad. No le importa, a Elon, cuánto la realidad esté impregnada de desigualdad, discriminación, violencia. Solo le importa cómo eliminar estos elementos gracias a respuestas cuantificables y algorítmicas: los considera problemas computacionales que deben resolverse de la manera más eficiente posible.

Desafortunadamente, o afortunadamente, el futuro no puede resolverse como una ecuación, y ninguna nueva tecnología, por muy sorprendente, iluminará ni un centímetro de las incógnitas de los desarrollos sociales y políticos de los próximos años. Ninguna solución tecnológica guiará el desarrollo de humanidad. Siempre será un asunto entre seres humanos para seres humanos.