La sucesión de emergencias globales, de tipo económico, climático o sanitario, la transición energética, la revolución digital, y los efectos que todo ello tiene en la sociedad y en la psicología de las personas, generan precariedad, incertidumbre, desconfianza, cuando no miedo al futuro. Se percibe la necesidad de líderes convincentes, capaces de merecerse la confianza de la gente gracias a su credibilidad, no sólo para definir claramente los objetivos y la dirección, sino porqué demuestran que saben hacerlo salvaguardando el bien colectivo.
A la pregunta de un liderazgo ‘adecuado’ para el tiempo presente no se puede responder con fórmulas simplificadas y exportables, buenas para todas las situaciones. Como dijo el creador de la pirámide de las necesidades, Abraham Maslow: «Si la única herramienta que tenemos es un martillo, tenderemos a ver cada problema como un clavo». Por el contrario, el liderazgo debe ser contextualizado y flexible, es decir, funciona y se estructura como dinámica de influencia según el contexto operativo y de valores en el que opera.
Dicho esto, quedan algunas coordenadas estables, como las destacadas por las investigaciones de Kouzes y Posner. A la pregunta «¿qué características debe tener un líder para despertar respeto y admiración?», las respuestas de cientos de miles de entrevistados en los cinco continentes identificaron las mismas cuatro características fundamentales: competencia, visión de futuro, inspirar a los demás y honestidad.
Estas cuatro características posibilitan el ejercicio de la influencia, la cual requiere confianza, una palanca fundamental para el crecimiento de las organizaciones. De hecho, cada vez más las personas dejan de ser guiadas, y son ellas las que eligen si serlo y por quién. A raíz de esta decisión está la confianza en el líder, cuya solidez depende de cuánto es capaz de encarnar valores que se reflejan en una misión y un propósito.
Lo primero que hay que entender es que la confianza es un estado emocional y, como tal, no puede activarse a la orden. Tiene que existir un elemento habilitador y ese elemento es la credibilidad. Ya en la retórica aristotélica, el filósofo griego subrayaba la importancia del Ethos (carácter, comportamiento, del griego ethikos, que significa ‘moral’) como una de las tres características fundamentales del orador, junto con Pathos y Logos, para ganarse la confianza del interlocutor.
Hay tres frentes en los que trabajar para ser creíbles:
Competencia – La conciencia de ser competente para enfrentar un evento extraordinario reduce los niveles de estrés que, si son altos, impactan negativamente en el proceso de toma de decisiones. Las competencias no son solo las habilidades técnicas, sino también las emocionales que tienen como objetivo fortalecer y gestionar eficazmente la relación con uno mismo y con los demás (introspección, control de emociones, motivación, empatía, comunicación, etc.). La competencia es hija de la experiencia pero no se adquiere una vez y para siempre, es el resultado de una constante actualización: saber + saber hacer + saber hacer de diferentes maneras según las circunstancias.
Vínculos – Muchos directivos confían exclusivamente en su experiencia, reputación, éxitos y reconocimientos para consolidar su credibilidad, pero hasta que no se crea un vínculo afectivo profundo basado en el sentimiento generalizado y compartido de que el objetivo es el bien común, la credibilidad y la confianza no estarán garantizadas. Es importante saber trabajar los estados emocionales (valores) de las personas para facilitar la creación de este vínculo: dar ejemplo a través de la coherencia.
Sabiduría sistémica – Consiste en la capacidad de ver las conexiones y relaciones entre los diversos componentes de nuestra realidad. Esta habilidad facilita que el líder consiga anticipar eventos y pueda crear una visión y, dado que el liderazgo implica dirigir la acción hacia alguna dirección que sea comprensible y significativa para las personas, es evidente como tener una visión permite ganar credibilidad y confianza: saber dónde estamos y hacia dónde vamos.
Por lo tanto, si la competencia, o el ‘saber cómo y por qué se deben hacer las cosas’, es fruto del pasado pero se alimenta constantemente del presente a través de los vínculos, la visión de futuro significa ‘mirar hacia adelante’.
Sin embargo, el líder ya no puede ser el único en tomar decisiones, sino que debe guiar a los demás, inspirarlos y ponerlos en condiciones de tomar sus propias decisiones, cada uno desde su propio ámbito de responsabilidad, credibilidad e influencia. Inspirar e influir en los demás tienen que ver con la capacidad de potenciar los objetivos y despertar una auténtica motivación basada en el significado racional y emocional de los valores que subyacen a la acción.
Finalmente, ser percibidos como auténticos y honestos en la intención de representar los intereses colectivos y actuar en consonancia con estos, es una condición fundamental para generar confianza.
Frente a las cuatro características identificadas por Kouzes y Posner, ¿qué cambia o debería cambiar en el ejercicio del liderazgo para adaptarlo a estos tiempos de incertidumbre? La respuesta se articula en torno a cuatro conceptos: social, visión participativa, significado y relación.
Social – El liderazgo, encarnado en una persona o en una función, hoy debe responder a interrogantes y desafíos tanto sociales como organizacionales, siendo los límites entre el interior y el exterior extremadamente porosos. La economía verde, la sostenibilidad ambiental, social y económica, la reducción de las desigualdades, la inclusión, la igualdad de género, son temas que invaden la sociedad y las empresas. No cabe duda de que hoy para ejercer el liderazgo es necesario saber observar los movimientos y signos de cambio social: saber leer el espíritu del tiempo.
Visión participativa – Como hemos visto, tener una visión, saber interpretar el presente e imaginar el futuro sigue siendo muy relevante, pero lo que cambia es la forma de hacerlo. Ante una complejidad sin precedentes, hoy debemos construir la visión involucrando a los demás, valorando, integrando y equilibrando las diferentes habilidades y perspectivas. En este sentido, el liderazgo agrega un valor reconocido cuando demuestra su capacidad para apoyar y guiar este proceso: crear una comunidad.
Significado – Uno de los principales desafíos del liderazgo es ‘dar sentido al trabajo’. Esto significa facilitar que las personas reconozcan el significado que tiene su esfuerzo no solo para la empresa, sino para sus vidas. Se trata de inspirar a los demás ayudándoles a encontrar su sentido y su identidad profesional, generando en ellas autoconfianza y mayor conciencia de su propio valor: entender y comunicar el porqué.
Relación – Vivimos en una realidad donde por un lado existe una fuerte necesidad de comunidad y pertenencia, por el otro dilaga el narcisismo. Por ello, un factor de eficacia del liderazgo es saber relacionarse, escuchar y valorar las diferentes voces interiores que caracterizan a los interlocutores. Al mismo tiempo, dado que la realidad está en constante cambio, es importante saber construir y mantener esta relación en un proceso de aprendizaje abierto, combinando la conciencia de las limitaciones de la realidad con el mantenimiento de una tensión positiva hacia el logro de los resultados: caminar juntos hacia la meta.