Personas e inteligencia artificial: hacia un humano aumentado y un ciberhumanismo

ciberhumanismo

Por Joel Ambass en Unsplash

Como Prometeo, el titán que dio la inteligencia a la humanidad, el Dr. Frankenstein intentó crear un ser vivo consciente y sensible, suscitando el miedo de quienes lo rodeaban. La falta de empatía por parte de los humanos terminó transformándole en el monstruo que los demás esperaban que fuera. Si hacemos un paralelo entre los robots, la inteligencia artificial y la criatura de Frankenstein, la percepción distópica de parte de la opinión pública podría acabar transformando a la IA en un monstruo. Pero no debería ser así.

La refinación de la tecnología y sus posibilidades de uso ha permitido alcanzar logros antes inimaginables en el ámbito médico y de rehabilitación, así como en el campo ingenieril y en la física, la arquitectura y el espectáculo, produciendo incluso nuevas figuras profesionales y una mayor satisfacción de los usuarios finales, desde el paciente hasta el consumidor, y contribuyendo a dar un nuevo (y necesario) impulso a la industria de la innovación.

Esto demuestra que una gestión correcta y consciente de estos recursos puede contribuir a optimizar la condición de los seres humanos sin incurrir en excesivas desnaturalizaciones y riesgos evolutivos. Como sostiene Marc Cortès, autor de IA4BUSINESS, una newsletter dedicada a explorar el mundo de la inteligencia artificial, «el auténtico valor de la IA generativa en entornos profesionales se produce cuando la usamos para algo sobre lo que tenemos conocimiento previo». La tecnología se añade al ser humano, no lo sustituye, mientras que un enfoque distópico no reconoce la posibilidad de que esta pueda convertirse en un aliado.

Además, la IA ofrece a la humanidad una oportunidad estimulante: una inteligencia externa que nos permite definir la nuestra. De hecho, no existe una definición unánime de inteligencia humana. Según el filósofo francés Jacques Rancière, hay dos tipos: la inferior, que registra y repite empíricamente las percepciones, y la superior, que conoce las cosas a través de la razón y el análisis metódico. La inteligencia desarrollada a través del machine learning, al menos por ahora, se asemeja a la inferior, donde las máquinas aprenden de los datos de entrenamiento sin ser programadas específicamente para cada tarea.

Las IA ofrecen una complementariedad entre tecnología y ser humano, hasta producir una evolución ulterior: la inteligencia aumentada. Según Gartner, para 2030, la inteligencia aumentada constituirá al menos el 44% del valor de mercado de las empresas basadas en IA. Gartner define la inteligencia aumentada como un modelo de asociación basado en las personas, en el que humanos e IA colaboran para mejorar el rendimiento cognitivo. En otras palabras, la inteligencia aumentada extiende la inteligencia humana con la ayuda de la inteligencia artificial: no quiere sustituirla sino fortalecerla para trabajar de manera más eficiente.

Sadiku identifica de forma inmediata el concepto de inteligencia aumentada: Human + Computer. Al reconocimiento de patrones y la adaptación de curvas ofrecidos por la IA se contrapone la capacidad única del ser humano de ser creativo e innovador. Si el objetivo de las IA es resolver problemas y gestionar las actividades inicialmente asignadas a los seres humanos siguiendo los principios de velocidad, racionalidad, eficiencia y escalabilidad, la inteligencia aumentada se plantea objetivos mucho más complejos, apuntando a integrar sinérgicamente ideas, creatividad, proyectos y acciones humanas para amplificar nuestro potencial.

Por supuesto, las oportunidades conllevan retos. Es previsible que los trabajos actualmente considerados de nivel medio-bajo serán pronto realizados por las máquinas y las inteligencias artificiales; esto aumentará la competencia, obligándonos a alcanzar nuevos niveles de educación, productividad, rapidez y eficiencia. Como ha afirmado repetidamente Elon Musk, los humanos tendrán que “aumentarse a sí mismos” para mantener el ritmo de las máquinas.

El equipo de la Universidad de Oxford dirigido por Roi Cohen Kadosh estudia desde hace años cómo la estimulación eléctrica del cerebro realizada a través de la TRNS (Transcranial Random Noise Stimulation) podría permitirnos aprender matemáticas con mucha mayor rapidez. Por otro lado, a través de la edición genética y técnicas como Crispr, pronto se podría aumentar el CI de nuestros hijos en 15 puntos sin demasiadas dificultades. ¿Están a punto de llegar los superhumanos?

La innovación tecnológica, desde los smartphones hasta las interfaces neurales, siempre tuvo el objetivo de crear un humano más rápido y productivo. Sin embargo, esta carrera por la eficiencia, si no se gestiona y lidera, corre el riesgo de empeorar nuestra vida, por ejemplo, aumentando las horas dedicadas al trabajo y reduciendo la distinción entre vida privada y profesional. Según una investigación del Center for Creative Leadership, quien utiliza el smartphone como herramienta profesional permanece de alguna manera conectado a su trabajo durante 13,5 horas al día.

Un estudio de la Harvard Business School, muestra que el 94% de los profesionales encuestados trabaja al menos 50 horas a la semana; y casi la mitad supera las 65. Otras investigaciones evidencian que la cuota de estadounidenses graduados que trabajan más de 50 horas a la semana ha crecido del 24% en 1979 al 28% en 2006 (y es fácil imaginar que el porcentaje haya seguido aumentando). Y eso que, en los años treinta, John Maynard Keynes imaginaba que hacia el final del milenio pasado se trabajaría tres horas al día.

Debemos contribuir a desarrollar una tecnología que nos ayude a alcanzar nuestros objetivos, alimentar nuestros intereses y preservar nuestros valores sin que se convierta en una distracción de las cosas que realmente nos importan. Este proceso evolutivo humano-máquina no puede ser darwiniano sino que debe ser gobernado y gestionado, tanto por los organismos reguladores como por quienes tienen la tarea de llevar esta revolución dentro de las organizaciones. De hecho, la humanidad puede salir mejorada de la relación con la inteligencia artificial, asistiendo al nacimiento de un humano aumentado, siempre y cuando tenga la voluntad de determinar y no sufrir este cambio.

Si esto se produce, la cultura de la eficiencia ligada a la optimización de procesos estandarizados dejará paso a la cultura de la innovación, desplazando progresivamente la atención de la mera solución de problemas a la capacidad de proponer nuevos desafíos. Las organizaciones deben desarrollar una gobernanza que asegure una adopción fácil de las nuevas tecnologías, teniendo en cuenta las capacidades humanas y los principios éticos, utilizando las inteligencias artificiales y devolviendo a las personas al centro.

Todo esto podría desembocar en una especie de ‘ciberhumanismo’, que explore una nueva relación entre la mente humana y las conexiones digitales. La estrella polar de este proceso, sin embargo, debe ser el papel predominante de la componente humana, garantizando que la tecnología digital sea siempre una herramienta en nuestras manos y no al revés, a fin de promover procesos eco-evolutivos sostenibles.

El desafío, por lo tanto, no es una batalla de retaguardia contra el miedo a que la innovación tecnológica nos sustituya, sino, al contrario, reconocer que nos estamos volviendo cada vez más similares a las inteligencias artificiales. Debemos reflexionar sobre cómo mejorar nuestra identidad humana a partir de la comprensión de quiénes somos, abriendo las puertas a una especie de inteligencia artificial emocional, capaz de reconstruir contextos no artificialmente inteligentes, sino que tengan en cuenta emociones, estados de ánimo, empatía.

En otras palabras, debemos esforzarnos por una humanización de las tecnologías. Las IA no deben devolver los sistemas a los viejos equilibrios, sino dar a los humanos la fuerza para definir nuevos objetivos, determinando procesos evolutivos para las personas, las empresas, las instituciones y, a nivel macro, los ecosistemas, las economías, los equilibrios y los mecanismos de creación de valor.