Quien evoluciona llega a la excelencia. Quien no evoluciona se extingue. Evolucionar significa adquirir y perfeccionar habilidades, desarrollar talentos, establecer nuevas metas, superar los propios límites. Las razones de este esfuerzo son muchas. Pero, en definitiva, evolucionamos por dos motivos: obtener mejores resultados, no volvernos obsoletos y prescindibles.
La vida útil de lo aprendido en los recorridos formativos tradicionales se está acortando significativamente. Si antaño las competencias adquiridas y desarrolladas durante un curso de formación podían tener utilidad y eficacia durante años, hoy en poco tiempo hay que renovarlas profundamente en una constante operación de re-skilling y up-skilling. Además, el tiempo promedio que se pasa en una organización es mucho más breve que en el pasado.
Por esta razón, es probable que cada vez más las trayectorias laborales tengan forma de «joroba de camello», según la definición de Yvonne Sonsino, autora del libro The New Rules of Living Longer, por lo que se volverá común tomar periodos de pausa para invertir en formación. De hecho, ya hace casi un siglo Henry Ford decía que quienes continúan aprendiendo permanecen jóvenes mientras que quienes dejen de hacerlo son viejos, ya sea a los veinte u ochenta años.
Varias universidades en los Estados Unidos, como Washington, California y Harvard, han creado programas conocidos como ‘the 60-year curriculum‘. Según una encuesta realizada por la Stanford Graduate School of Education como parte del proyecto Longevity/Morning Consult, el 90% de los boomers se dijo satisfecho de los cursos online frecuentados durante la pandemia; al mismo tiempo, el llamado microlearning se está consolidando como práctica de aprendizaje.
La forma en que las personas aprenden ha cambiado. Algunos lo llaman conectivismo: las nuevas generaciones tienden a aprender de una manera menos vertical, adoptando un enfoque problem based, centrado en conexiones horizontales entre disciplinas y temas. Por lo tanto, las personas necesitan un aprendizaje mucho más generalizado, on demand y personalizado. Hemos pasado de la idea de aprender algo y luego ponerlo en práctica posteriormente, a un enfoque en el que se decide qué hay que aprender al surgir de un determinado problema.
El mundo corporativo y universitario han identificado en el Lifelong Learning (LLL), la respuesta a esta necesidad de constante evolución. La Comisión Europea lo define como «el conjunto de actividades que se llevan a cabo a lo largo de la vida, orientadas al aprendizaje de nuevos conocimientos, habilidades y competencias», un proceso fluido y permanente, en consonancia con los cambios económicos y sociales del mundo BANI: (Brittle) Frágil, Ansioso, No lineal e Incomprensible. Según la última versión californiana del antiguo concepto de mundo VUCA, una demostración más de que, incluso en términos de acrónimos, nunca dejamos de aprender.
El Lifelong Learning puede ser formal, no formal e informal: si el primero es el que tiene lugar en los institutos encargados de la formación, el segundo es el que se produce en el lugar de trabajo o en otros contextos profesionales, mientras que el aprendizaje informal ocurre a través de el estudio individual y la participación en eventos culturales y educativos: simplemente experimentando la vida.
Tenemos que favorecer y potenciar las conexiones entre estos tres tipos de aprendizaje, potenciando el aspecto emocional y relacional como parte sustancial del proceso transformador que nos involucra. Necesitamos entrenar la predisposición a aprender y por tanto debemos desarrollar la agilidad para experimentar, compartir, comunicar y socializar.
El modelo Lifelong Learning pretende apoyar el desarrollo de las habilidades humanas, investigando y fortaleciendo las motivaciones intrínsecas, en un enfoque más holístico que contempla el desarrollo de la persona en su conjunto. Porque aprender es mejorar y mejorar es evolucionar. Y la evolución beneficia a todos: las personas, las empresas y las comunidades. No en vano, la Comisión Europea asigna al Lifelong Learning la promoción del desarrollo colectivo a partir de la realización personal de los individuos.
Además, desde un punto de vista estrictamente personal, diversas investigaciones demuestran que continuar entrenando el cerebro a través del aprendizaje ayuda a contrarrestar el deterioro cognitivo relacionado con la edad. De hecho, el cerebro se fortalece con el ejercicio, y el aprendizaje puede crear nuevas conexiones neuronales a cualquier edad. Ya lo decía Aristóteles: «estudiar es la mejor prevención contra la vejez».
La educación permanente es una práctica de vida. Es un proceso intencional cuyo motor principal es el individuo, pero no debe confundirse con la acumulación de experiencias y habilidades. No se trata de un ‘capital’ de conocimientos que se pueden utilizar si es necesario, sino del desarrollo progresivo de la persona a lo largo de toda su vida. Ocupa todo el campo de las actividades humanas, pero no es una escolarización de por vida.
La información no va adquirida de forma aislada y repetitiva, sino integrada con los conocimientos disciplinares y las habilidades transversales y de ciudadanía. Cada uno de nosotros, de forma más o menos proactiva, siguiendo el proceso natural de homeostasis que nos lleva a afrontar las dificultades, encontrar una autonomía y conseguir la realización personal, debe buscar las oportunidades formativas que más les convengan. Y dado que las necesidades individuales, así como las metas, cambian constantemente, es evidente la oportunidad de considerar la vida entera como objeto del proceso de aprendizaje.