Lo que va a pasar en el futuro no lo podemos saber, pero de acuerdo con las previsiones del informe Tecnología en el trabajo: el futuro de la innovación y el empleo de la Oxford Martin School, sabemos que el desarrollo de la tecnología, cada vez más rápido, en la próxima década pondrá en situación de alto riesgo al 47% de la fuerza laboral estadounidense.
En el resto de países occidentales el panorama es similar, con un impacto directo sobre 54 millones de personas en Francia, Alemania, España, Inglaterra e Italia, mientras que según el Foro Económico Mundial el 65% de los niños de primarias tendrán trabajos que aún no existen y que tal vez no podamos ni prever. Es la cuarta revolución industrial: la industria 4.0.
Los sectores con mayor riesgo de sustitución son: el transporte, la logística y el administrativo. Incluso los operadores del sector de servicios de bajo valor añadido deben empezar a temer por sus empleos. Las profesiones que de momento no están en peligro son las que se caracterizan por una alta creatividad y habilidades de interacción social que no son propias de los robots. El incremento de demanda de profesionales como el experto de redes o el desarrollador web es la otra cara de la moneda. Las profesiones STEM serán las protagonistas del mercado laboral del futuro próxima, ya lo son ahora, en efecto.
Lo cierto es que debido a la tecnología se necesita menos personal para iniciar un nuevo negocio, lo que ha favorecido la aparición de empresas como Whatsapp, Instagram, Facebook y demás, todas realidades exitosas que, si hubieran necesitado una gran dotación de capital inicial, humano y económico, posiblemente nunca hubieran nacido.
Hoy en día, si no se tienen grandes recursos, se pueden aprovechar las plataformas de crowdfunding, si el mercado local no es lo suficientemente rentable, se puede vender al otro lado del mundo a través del la red. Estos son sólo algunos ejemplos de los factores positivos que el desarrollo tecnológico trajo consigo y que han permitido al trabajo autónomo y en remoto crecer de manera tan significativa.
Si bien hay que reconocer que ésta evolución ha sido interpretada como el último recurso para muchas personas desempleadas, por otra parte, para muchas otras ha sido una elección dictada por una nueva visión de la relación laboral. Para un número creciente de personas la idea de pasar toda una vida laboral bajo las órdenes del mismo jefe es anticuada y anacrónica en un mundo en constante mutación, el mundo VUCA.
La industria 4.0 y la sharing economy son dos caras de la misma moneda, cuya combinación dará lugar a los cambios más importantes y radicales en el mercado de trabajo de los próximos diez años.
La visión de la sharing economy como un fenómeno limitado al mercado de los servicios y sus empleados, se enfrenta a la dura realidad de que a menudo estos mismos servicios sustituyen la compra de bienes, lo que incide en la demanda del sector manufacturero, por ejemplo, en el campo del automotive. Si la demanda disminuye, una de las maneras de mantenerse en el mercado, además de la reducción de costes, es el incremento de la productividad y éste precisamente es el enlace entre la sharing economy y la industria 4.0.
La difusión de la ‘economía compartida’ impone un replanteamiento radical del sistema de producción, que tendrá un gran impacto en el empleo y la organización del trabajo. A la pérdida inicial de puestos de trabajo, especialmente en los niveles medio y bajos, sustituidos por la automatización, sigue la necesidad de recualificación e inversión en las personas, a partir de su formación.
La productividad, de hecho, no se consigue sólo con mayor automatización y nueva maquinaria, sino también por la presencia de figuras altamente especializadas que, además de garantizar el funcionamiento de la tecnología, gestionan todas las dinámicas de personalización del producto y satisfacción de las necesidades o deseos de los consumidores, indispensables para asegurar que los que hoy ya podrían evitar la compra de un coche, sin embargo, lleguen a planteárselo.
Por lo tanto, nos encontramos ante un posible efecto dominó, que parte de los servicios y, a través de la necesidad de innovar en la producción de bienes, llega a cambiar el trabajo en la industria manufacturera. Un escenario que puede ser preocupante, pero también muy fascinante y estimulante. Acompañar el cambio y no tentar de forma utópica o demagógica detenerlo o, peor, negarlo, es la mejor respuesta que todos los jugadores involucrados, empresas, centros de formación y administraciones, deberían dar.
Si hace muchos años era suficiente mudarse del campo a las ciudades para encontrar trabajo, hoy en día es necesario profundizar la formación, instruirse y recualificarse para seguir el ritmo de los tiempos y los cambios que el mercado laboral sufre con el pasar de los años. Es necesario que los estudiantes con diferentes habilidades y background no se encuadren en cursos universitarios rígidos, sino que se puedan modular ofertas formativas adecuadas a las diversas exigencias y potencialidades. Sólo de esta manera se podrá favorecer el reingreso de aquellos trabajadores que necesitan volver a formarse a los cuarenta o cincuenta años.
El objetivo debe ser proporcionar a los trabajadores una formación constante, que les permita adquirir nuevas habilidades. Por otro lado, se deben formar adecuadamente las generaciones futuras, dando un mayor peso a las soft-skills, esas habilidades necesarias para seguir siendo flexibles y preparados para enfrentar el cambio.
La palabra clave debe ser ‘flexibilidad‘: es inútil proporcionar a las nuevas generaciones solamente habilidades y técnicas que mañana podrían ser realizadas de manera más eficiente por un robot.