Si el empoderamiento y el liderazgo femenino son percibidos como una amenaza

Michele Gelfand es profesora de psicología cultural en la Universidad de Maryland y es conocida por ser una experta en la teoría de la rigidez y la flexibilidad, que explica las variaciones en la fuerza de las normas sociales y los castigos entre los grupos humanos. Gelfand razona sobre el papel que juega la diversidad cultural en nuestras vidas, en particular, en la formulación de las reglas de convivencia y distingue entre culturas rígidas y laxas, una división que ayuda a comprender algunas de las fuerzas sociales sobre las que se basa nuestro comportamiento.

Las normas sociales son el pegamento que nos mantiene unidos, nos dan identidad y nos ayudan a coordinarnos y cooperar. Dependen de la cultura subyacente, aunque rara vez reconocemos su influencia. La investigación de Gelfand ha demostrado que algunos grupos sociales siguen normas mucho más estrictas que otros. Por supuesto, en todas las culturas coexisten áreas de mayor o menor rigidez y soltura, pero la diferencia radica en el grado en que se enfatizan las reglas y su cumplimiento. Esta distinción nos ayuda a comprender las diferencias entre naciones, organizaciones, colectivos y clases sociales e incluso nuestras familias.

Uno de los requisitos que determina la naturaleza de una cultura es el grado de amenaza. Los países y las poblaciones que han sufrido muchas amenazas han desarrollado una cultura más severa en el respeto de las normas sociales. Estas amenazas pueden ser desastres naturales, hambrunas y escasez de recursos, pero también las invasiones extranjeras o un alto nivel de densidad de población. Las culturas más amenazadas necesitan reglas más rígidas para coordinarse y sobrevivir (p.e. Japón para los desastres naturales o Alemania, sin barreras orográficas que la protejan de las invasiones extranjeras).

Por el contrario, las culturas que no sufren muchas amenazas pueden permitirse ser más permisivas y laxas. Obviamente, la amenaza no es el único factor que influye en el surgimiento de una cultura rígida, y no todas las culturas rígidas sufren amenazas constantes, al igual que no todas las culturas sueltas carecen de ellas, pero es un predictor significativo. Además, la amenaza puede no ser real, sino percibida. Cuando las personas perciben la amenaza, tienden a desear reglas más estrictas y líderes que las hagan respetar.

No es raro que esos líderes decidan amplificar la amenaza de manera instrumental. En lugar de hablar de desarrollo futuro, estos líderes intentan despertar los miedos más antiguos y profundos, como el miedo a lo diferente. Es un mecanismo clásico que permite imponer reglas y castigos más rígidos. De hecho, cuando las personas piensan que su cultura está ‘al borde del desastre’, su respuesta inmediata es adoptar reglas más rígidas y apoyar líderes más duros.

Esta dinámica responde a un mecanismo evolutivo inevitable. Los humanos están programados con un sistema de defensa que reacciona ante cualquier amenaza potencial. Esto genera la demanda constante de seguridad, control, la necesidad de no sufrir ofensas o amenazas, de sentirse fuertes en cada situación y evitar el fracaso. De esta manera, sin embargo, el cambio se convierte a veces en un obstáculo insuperable.

Las culturas rígidas son más ordenadas, coordinadas y uniformes. Generalmente están formadas por personas con mayor autocontrol, necesario para evitar los castigos. Las culturas adaptables, por otro lado, suelen ser más desorganizadas y tienen muchos más problemas con el autocontrol, ya que no están acostumbradas a ejercerlo. Sin embargo, estas culturas también tienden a ser mucho más abiertas: a nuevas ideas (más creativas), a nuevas personas (menos etnocéntricas) y al cambio.

No existe un modelo cultural preferible en un sentido absoluto, ya que las fortalezas de un grupo pueden ser debilidades en el otro. En general, dice Gelfand, los grupos que se vuelven demasiado extremos, demasiado rígidos o demasiado flexibles, tienen problemas. Presentan mayores tasas de suicidio, menor felicidad y mayor inestabilidad. Los grupos extremadamente rígidos son muy opresivos, pero los grupos extremadamente adaptables no logran coordinar el comportamiento humano, con el consiguiente exceso de imprevisibilidad y caos.

En las organizaciones los líderes deben poder incorporar dosis de rigidez y flexibilidad de acuerdo con los contextos y los grupos de trabajo, en un ejercicio de flexibilidad y adaptación constante. Algunas organizaciones donde la seguridad es esencial pueden operar mejor con reglas más estrictas, pero los líderes de estas compañías necesitan saber cuándo y cómo ofrecer a los empleados más discreción. Al mismo tiempo, otras organizaciones se beneficiarían al incorporar reglas más estrictas en sus prácticas diarias, donde suelen poner gran énfasis en la creatividad individual.

La dicotomía entre rigidez y soltura y el peso de la amenaza en la formación de las culturas provoca diferencias también en el comportamiento de las diferentes clases sociales. La clase trabajadora, por ejemplo, se siente más amenazada y por esto tiene que darse reglas más rígidas en la gestión familiar y de su economía. La variación de estas percepciones y, por lo tanto, de los comportamientos que de ellas derivan, afecta directamente a los cambios sociales.

En general, las mujeres, las minorías y las clases más pobres pertenecen a culturas más rígidas: tienen menos margen de maniobra y están más gravemente amenazadas que sus contrapartes mayoritarias. A medida que crece el liderazgo femenino, ellas ganan más soltura, pero esto a su vez puede afectar al poder de los hombres (o la percepción de ello). El empoderamiento femenino se puede convertir así en una amenaza para los hombres que reaccionan aumentando su rigidez hacia ellas: es decir, a las mujeres no se perdona lo que sí se perdonaría a los hombres.

Así como es muy importante la inteligencia emocional, también debemos cultivar la inteligencia cultural. Comprender el mecanismo de la amenaza y ser conscientes de que las diversas culturas tienen reglas diferentes nos permite ofrecer más empatía y una actitud menos juzgante hacia individuos y colectivos enteros.

La capacidad de conectarse emocionalmente con los demás, de colaborar en equipos heterogéneos en términos de cultura, género, edad o actitud, proporciona una mayor propensión a la innovación y, por lo tanto, al éxito. Finalmente, comprender de dónde provienen las diferencias culturales también ayuda a entender comportamientos muy desconcertantes y, sobre todo, a influir positivamente en ellos.