El fin no justifica los medios

El fin no justifica los medios

Cada época ha invocado a líderes adecuados para la solución de los principales problemas de su tiempo. La historia nos enseña que el verdadero líder, reconocido como tal incluso muchos años después de la conclusión de sus acciones, debe tener una visión moral inspirada en el bien común. ¿Se puede pretender ser un líder sin tener un ‘sentido de la vida’ y, en consecuencia, un sentido de sus propias acciones?

En ocasiones, se afirma que el liderazgo coincide con alguna brillante intuición, a menudo de carácter filosófico. Otros piensan que el liderazgo reside en la capacidad de llevar a cabo un proyecto de forma eficiente, ‘meritocrática’ y competitiva. Ninguna de las dos versiones, de por sí es sostenible. La capacidad de identificar objetivos, resolver problemas complejos, generar resultados es fundamental, pero no suficiente como para ejercer un verdadero liderazgo. Si carece de un sentido, el fin del liderazgo pronto se trasforma en algo diferente. Liderar no es un fin, es un medio. Si los fines y los objetivos son repetidos en voz alta, escritos en todos los lemas, subrayados en rojo en los códigos éticos de conducta, pero no son creídos y compartidos realmente, se convierten en otra cosa.

El liderazgo es la capacidad de convertir los objetivos en resultados, a la vez que crear un consenso general y una participación. Pero para que estos objetivos sean verdaderamente sostenibles deben ser orientados al bien común y los resultados deben ser compartidos con todos los niveles de la organización y, sobre todo, con los menos equipados y educados al resultado. Y este bien común no puede ni debe ser sólo ‘material’.

Maquiavelo, por muy sorprendente que parezca, nunca escribió que “el fin justifica los medios”, un axioma que ha acabado resumiendo de forma simplista el pensamiento del intelectual italiano. El fin debe justificar los medios utilizados, pero el problema es que un buen fin no justifica unos medios malos, como el mismo Maquiavelo sugería al príncipe-líder. De hecho, en ‘El Príncipe’ el autor aclara que está loco quién cree que puede decir y hacer lo que quiere. En otras palabras, es un loco quién piensa que el fin justifica los medios.

El verdadero líder tiene que entender que deben ser buenos tanto el fin como los medios utilizados. Por esta misma razón, muchos supuestos líderes han sido ‘des-liderizados’ muy rápido. Y es que la Historia consagra a los verdaderos líderes en el largo plazo, aunque por desgracia eso dependa casi siempre de quién ‘hace’ la historia y, sobre todo, de quién la publica. El líder debe tener los conocimientos y las intuiciones que le permitan entender los tiempos, las necesidades del hombre y de la mujer, averiguar lo que ha resultado, lo que ha pasado, lo que es bueno. Y saber perseguir ese bien con valentía, paciencia y determinación. Además, todo esto se debe llevar a cabo con sentido de responsabilidad personal y espíritu de servicio verdadero.

El ‘servir’, de hecho, es el lema de muchas organizaciones, pero la confianza generada en los demás, el signo que distingue a un verdadero líder, se adquiere sólo cuando realmente se demuestra con los hechos. Para lograrlo, un líder no se puede imponer a los otros, sino que se debe convertir en la referencia de los demás. Pueden también surgir aversiones, porque el ejercicio del poder y de la jefatura genera tentaciones de envidia y celos, pero tener la responsabilidad del poder en sí no es ni bueno ni malo, todo depende de cómo se ejerce y con qué fin. Por tanto, volvemos de nuevo al problema de diferenciar los fines de los medios y de entender qué es la responsabilidad personal relacionada con los valores en los que creemos realmente y tratamos de difundir.

La clave del liderazgo es la confianza, algo que fácilmente se erosiona con el paso del tiempo, de modo que hay que ser testimonio constante de los valores y predicar con el ejemplo. El líder debe asegurarse de que no haya diferencia entre lo que dice y lo que hace.
La humildad, que es una característica fundamental, consiste en reconocer las contribuciones de los demás en lugar de buscar toda la gloria. Se debe demostrar coraje, haciendo lo correcto, lo coherente, incluso, o sobre todo, cuando nadie está mirando. Además, se trata de ser lo suficientemente valientes como para ser vulnerables y admitir los errores.

La mayoría de las personas entiende la diferencia entre bien y mal y la falta de credibilidad, por lo general, no proviene de un defecto de carácter o de ser una mala persona. Se cae en ella por medio de un proceso de auto-justificación moral, la reinterpretación de una conducta inmoral en términos de un bien superior: «Tal vez ésta no sea la mejor opción, pero es por la causa justa».

Ser conscientes de este riesgo, que viene de serie con la naturaleza humana, y la capacidad de mantener a largo plazo la credibilidad, conjugando de forma coherente resultados y ética es lo que distingue a los líderes fuertes de los excepcionales. Estos líderes se centran en las personas, no en las tareas. Crean un contexto de eficacia, donde las emociones impulsan a las personas y las personas determinan el rendimiento.