El factor W (woman) es la nueva locomotora que tira de la economía mundial. Un 37% el mundo empresarial está representado por mujeres: el Global Entrepreneurship Monitor (GEM ) reporta la cifra de 126 millones de mujeres que en 2012 han empezado a emprender, además de los 98 millones que ya lo hacen desde hace más de tres años y medio.
Se trata de una fuerza que dará nueva forma a la economía, caracterizada por una mayor inversión inmaterial e innovadora.
Bajo el efecto de la crisis del euro, en los países mediterráneos ha caído verticalmente la percepción de las oportunidades de negocios innovadores, cuando, por el contrario, el entorno incierto y saturado obligaría a emprender con mayor imaginación y coraje que antes. El liderazgo femenino encaja perfectamente con esas nuevas necesidades.
En los países emergentes, las mujeres empresarias están invirtiendo en el desarrollo de los recursos humanos el 90% de cada euro de ganancia extra y en Europa y en los EE.UU. suben más rápidamente que sus colegas hombres en la escala de la innovación.
Las mujeres son responsables de más del 80% de las decisiones de compra y se encuentran en una condición privilegiada para supervisar el desarrollo de productos innovadores. Las experiencias directas vividas en los mercados hacen que las emprendedoras, por lo general, sean más receptivas y detecten las oportunidades de cambio antes y mejor que los hombres, favoreciendo de este modo la creación de start-up innovadoras.
La innovación, de hecho, es un deporte de contacto ( y a veces de riesgo ) entre las personas y las ideas. Se requiere trabajo de equipo, para el que el liderazgo femenino parece ser más adecuado. La diversidad de género también ofrece una perspectiva más amplia sobre el paisaje de la innovación y las mujeres parecen estar más capacitadas que los hombres para obtener beneficios de los equipos empresariales mixtos.
Dicho todo esto, no se trata en absoluto de debatir sobre hombres contra mujeres, sino, más bien, de considerar a los dos modelos de liderazgo, el masculino y el femenino, como dos alternativas, cuya integración y complementariedad representa posiblemente el futuro del liderazgo.
Hay que aclarar que los dos arquetipos (femenino y masculino) pueden ser exhibidos perfectamente tanto por hombres como por mujeres. Si es cierto que existe una predisposición natural, también sabemos que ambos géneros pueden adquirir y utilizar las características de los dos modelos de liderazgo. De hecho, hasta ahora, las mujeres líderes a menudo han tratado de imitar el liderazgo masculino, sofocando muchas de las características ganadoras en las que están, al menos a priori, más predispuestas.
Mucho de lo que se ha escrito hasta ahora acerca de los líderes y el liderazgo se basa en el arquetipo masculino. Carisma y valor son consideradas características masculinas y, a menudo, de una mujer líder se espera que muestre estos atributos masculinos. La reina Isabel de Castilla, por ejemplo, está descrita con admiración por sus contemporáneos como una ‘mujer de ánimo varonil’. Pero esto no contribuye más que a confundir y expandir un mito en relación al liderazgo empresarial cada vez menos útil.
Aunque existan, y cada vez más ( Deo gratiam ), perspectivas de liderazgo que divergen de esta postura popular, para la mayoría son nuevas y menos convencionales. Por tanto definir el nuevo liderazgo, haciendo hincapié en las características del modelo femenino, tal vez sea una manera eficaz de explicar, entender y desarrollar aún más la cuestión. Es importante desarrollar un nuevo paradigma de liderazgo basado en la intersección de las mejores características de los dos modelos, sin omitir las virtudes del clásico liderazgo masculino, pero con un enfoque especial hacia las cualidades de flexibilidad y capacidad de negociación típicas del arquetipo femenino. Una nueva forma de liderazgo que sepa como explotar las cualidades de los dos universos.
La preparación básica de los directivos aún está enraizada principalmente en su formación técnica. Se consideran aún como más relevantes los atributos de pensamiento estratégico, racionalidad y lógica, que los de sentimiento, escucha y empatía. El desarrollo de los futuros líderes necesita, en cambio, una nueva perspectiva que valore la empatía y la gestión del cambio como claves en el liderazgo.
El estilo de liderazgo femenino es más persuasivo, muestra sin duda una asertividad más efectiva y vivible, y está normalmente más dispuesto a asumir riesgos innovativos que el estilo masculino. Las capacidades empáticas y la flexibilidad son más acentuadas, así como las habilidades de comunicación interpersonal. Estas cualidades se combinan para crear un estilo de liderazgo que tiene por objetivo la obtención de resultados conjuntamente con la creación de un consenso abierto, inclusivo, colaborativo y colegiado.
El liderazgo femenino está verdaderamente interesado en escuchar a todos los puntos de vista, para luego tomar la mejor y más informada decisión posible. Por ello, la decisión final no tiene que reflejar necesariamente el punto de vista inicial del líder. La diferencia principal entre los estilos de liderazgo femenino y masculino pasa por la escucha, un proceso de intención a través del cual se manifiesta el deseo de aprender, reflexionar, para luego implementar un plan que incorpore lo mejor de las ideas recogidas de forma compartida y abierta. Siempre para la mayor eficacia y eficiencia. Esto exige capacidad de adaptación y la adaptabilidad exige la reducción del ego.
El liderazgo femenino está más dispuesto a compartir información. Es un estilo integrador, que incorpora hechos y perspectivas procedentes de muchas fuentes diferentes. Nos encontramos, por tanto, con una redefinición del liderazgo, una versión ideal para el futuro, ya que la era de la información sigue evolucionando y premiará a quien se ponga en el medio del flujo informativo. El punto de vista femenino es que nos fortalecemos por el fortalecimiento de los demás. Verdaderamente una autentica revolución.