Publicado por Voces Económicas
En la eterna negociación entre Grecia y la Unión Europea, Syriza y sus jóvenes líderes, Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis, se están jugando la credibilidad política y personal. El juego de la gallina, el desafío en el que dos coches se encaran y el primero que se desvía de la trayectoria de choque pierde, ha sido buscado desde el principio por el gobierno griego, que, sin embargo, ahora se da cuenta de no tener más balas en su fusil y por eso trata de vender el alejamiento del ministro de finanzas, como si fuera un gesto de apertura hacia sus interlocutores.
La apuesta de Tsipras hasta ahora ha sido que, puestos frente a la quiebra del país, los estados europeos, bajo la presión de la opinión pública, habrían aflojado. Sin embargo, la amenaza ha perdido fuerza, porque después de la reestructuración de 2012, la deuda ya está casi totalmente en manos de las instituciones y no más en las de los bancos. El riesgo de un contagio que derribe a los bancos del continente y con ellos a toda la economía europea es mucho menor que hace tres años: la pistola griega en la cabeza de la UE ya da menos miedo.
El gobierno de Alexis Tsipras está rápidamente perdiendo la reserva de simpatía y confianza que había acumulado gracias a su aspecto de novedad respecto al estático panorama político europeo. Llevando la negociación de otra forma, más acorde a la realidad, posiblemente le habría permitido obtener importantes resultados en términos de alivio de la deuda. Por una mezcla inquietante de nacionalismo, arrogancia, incompetencia y victimismo, el gobierno griego está preocupantemente igualando en obtusidad a las más ortodoxas y nefastas posturas alemanas con respecto al dogma de la austeridad.
Lo que ya podemos afirmar, es que, además de la propaganda, la clase política debe construir su liderazgo sobre la credibilidad, una mercancía muy frágil y volátil, como demuestra el caso griego. Dominar la teoría de los juegos es un valioso plus en el arte de la negociación pero, antes de todo, hay que saber enfrentarse a la realidad. Pacta sunt servanda, algo que los políticos deberían recordar antes de hacer promesas irrealizables a su electorado.
Cuando la realidad toma partido e impone su criterio en detrimento de ilusiones y promesas, la decepción del electorado puede ser muy violenta. En tiempos antiguos, las promesas no respetadas llevaban el linchamiento del jefe. Si, al llegar la crisis y la desilusión, el vínculo social y la solidaridad del grupo se habían deteriorado demasiado, con el linchamiento ritual del jefe la solidaridad se volvía a recuperar. En muchas sociedades tribales estaba previsto que el rey reinara durante un período predeterminado, después del cual era asesinado ritualmente. Más tarde, el asesinato del líder fue remplazado por sacrificios humanos, luego por sacrificios de animales, hasta llegar a la celebración de ceremonias de muerte y resurrección metafóricas. Desde César, pasando por Luis XVI hasta llegar a Gadafi, la del líder político siempre ha sido una profesión de alto riesgo, ya que implica prometer, y la realidad, tarde o temprano, se encarga de hacer imposibles esas promesas, provocando la reacción de los que hemos decepcionado.
Sin embargo, la psicología nos sugiere que aquel que realmente promete no es tanto el político o aspirante elegido, sino el propio elector, deseoso de encontrar en la política la compensación a sus insatisfacciones. El propio votante se hace a sí mismo una promesa que no es capaz de mantener. Somos nosotros, con nuestras acciones, los que creamos el escenario donde actuarán los actores más adecuados; por lo tanto, nuestro mejor “jefe” no será otra cosa que el mejor producto de nuestro comportamiento colectivo.
Según George Lakoff, dentro de estos escenarios, los medios de comunicación crean los marcos cognitivos que predeterminan la aceptación o el rechazo de un argumento. Y cuanto más complejos son los problemas, más eficacia tienen los marcos simplificados. El argumento de la salida del euro o el del impago de la deuda son marcos que han tenido un éxito inmediato en un contexto de crisis, porque son respuestas fáciles e irracionales.
Con demasiada frecuencia, la solución de las instituciones europeas a la desaprobación pública ha sido la de argumentar que los ciudadanos no están plenamente informados y por tanto no entienden que la Unión Europea representa sus intereses. Sin embargo, la psicología, la neurociencia y la lingüística sugieren que esta interpretación no sólo es anticuada, sino que es errónea. El marco emocional que utilizan los euroescépticos afirma que los líderes de la UE son idealistas ingenuos que se agarran a una utopía europea, después de las terribles tragedias de la primera mitad del siglo XX. Pero esta utopía, según los euroescépticos, es pura fantasía y la crisis de la eurozona ha demostrado que la UE está fundamentalmente mal concebida.
Lo europeístas a menudo utilizan el marco de la “amistad entre los pueblos”, pero de esta forma reafirman el marco idealista-ingenuo de los euroescépticos. Como explica Lakoff, si se repiten o se niegan los marcos de los oponentes, se pierde, porque se termina reforzándoles. La UE debe aceptar el hecho real que la gente percibe vivir en tiempos de incertidumbre (por mucho que la seguridad haya aumentado bajo casi todos los aspectos) y, por tanto, necesita organizaciones que le trasmitan confianza y poderío. Justo lo contrario de lo que ocurre ahora en el continente. En un mundo de incertidumbre percibida, Europa debe aspirar a ser vista como una fuerza, un refugio, una realidad que protege y no de la que protegerse. Se trata de implementar un cambio de marco que también implica una promesa que puede funcionar y ser creída, siempre que no se quiera seguir escapando de la realidad.