Según el National Leadership Index, la confianza de los estadounidenses en el Congreso está en sus mínimos, con una reputación peor que la de Wall Street (que hasta hace dos años se encontraba en el último lugar en términos de confianza). Tampoco son mejores los resultados del Gobierno. Estados Unidos y Europa no logran salir de esta terrible crisis y no se vislumbra la llegada de ningún líder esperanzador en ninguno de los países más importantes. Con la excepción de la reciente reelección de Obama, en los últimos 2-3 años, españoles, franceses, ingleses, italianos, griegos no han confirmado a sus respectivos gobiernos, claro signo de una crisis de liderazgo. En lo que respecta al mundo empresarial, el 69% de los estadounidenses está «de acuerdo» o «muy de acuerdo» con la afirmación de que Estados Unidos está experimentando una crisis de liderazgo. Y en base a los resultados de la encuesta Maritz Poll (Maritz Research, 2011), sólo el 7% de los estadounidenses define a su jefe tanto honesto como competente.
Al mismo tiempo, se ha producido una explosión en el gasto dirigido a programas de formación para el desarrollo del liderazgo, que ha aumentado, en los Estados Unidos, desde los 10 mil millones de 1980 a más de 45 mil millones de dólares en 2010. Todos estos datos sugieren que, a pesar de la proliferación de los centros de investigación sobre el liderazgo y del crecimiento de la inversión en formación, los líderes de hoy en día no parecen ser mejores que los del pasado, por lo contrario, la sensación es que haya una disminución progresiva del valor y del impacto del liderazgo sobre los sistemas sociales y de organización.
¿Qué hacer entonces? ¿Ya no necesitamos liderazgo ni líderes? Creo que no. Considero que todavía hay una gran necesidad de liderazgo, pero no de líderes en el sentido clásico del término. El liderazgo es un concepto, en cambio, el líder es una persona y el que vivimos es un tiempo tan impredecible y turbulento que ya no puede ser tratado confiando en las cualidades particulares de un individuo iluminado. Es un momento en el que, gracias también a internet, a las redes sociales, a los medios de comunicación, a la globalización, los seguidores (los ‘followers’) se están volviendo tan importantes como el líder individual. Son los comportamientos, las dinámicas y las interacciones emergentes de los seguidores que, a menudo, conducen a la evolución de un sistema y de una organización. Y cada vez más son las habilidades y los puntos de vista conjuntos de los «muchos» que llegan a encontrar las soluciones antes y más eficazmente que la decisión y el punto de vista individual del líder.
Por lo tanto, quizás ya no es tan necesario un líder que nos diga lo que debemos hacer, lo que es correcto y lo que tenemos que esperar del mañana. El ‘hombre fuerte’ del siglo XX, que en modo solitario guiaba a las masas, ya no pertenece a nuestra época, tanto en la política, como en el negocio. Este el tiempo del compromiso personal enfocado a la puesta en común de experiencias y competencias.
Sin embargo, todavía tenemos una gran necesidad de liderazgo como ciencia del gobierno de las dinámicas que emergen de la interacción entre las personas, ya sean ciudadanos, clientes o empleados de una organización. Necesitamos un liderazgo que pierda su personalización y deje de encarnarse en un único individuo. Un liderazgo invisible pero presente, que deje de decirnos qué hacer y de centrarse exclusivamente en el output, para empezar a centrarse sobre todo en los input, desde los cuales se generan los comportamientos de las personas. Un liderazgo que favorezca la emersión de la inteligencia de los demás, un liderazgo que deje la jerarquía y abrace una visión horizontal, un liderazgo que gobierne con las preguntas y no con las respuestas.