La educación del talento

Andrés Raya

Un antiguo proverbio chino dice: «Cuando haces planes para un año, siembra trigo, si haces planes para una década, planta árboles, si haces planes para la vida, forma y educa a las personas».

La palabra talento hoy asume un significado preciso. Se ha convertido en una forma de indicar personas capaces, guardianes de habilidades, protagonistas de relaciones humanas positivas, artífices de obras (productos, servicios, obras de arte) que sirven a las comunidades para las que trabajan con pasión y compromiso. El talento procede de procesos de auto-realización y cultivo de un potencial que se convierte en obras y relaciones concretas.

Sin embargo, hay que quitarse de encima la idea del talento como sinónimo de genio innato, solitario y un poco excéntrico. El talento se nutre de conocimiento, de confrontación, de estímulos y de profesores y entrenadores. En otras palabras, el talento se desarrolla y prospera en relación a un contexto específico, que estimula su creatividad y refuerza su contribución. De hecho, el talento no es un elemento solitario, raro, excepcional, que hay que buscar entre millones, no es una superestrella…

En una economía donde las personas, el capital intelectual y el conocimiento son las fuentes de ventaja competitiva sostenible, las empresas de éxito parecen ser aquellas que son capaces de atraer y retener a los mejores. Sin embargo, el talento también puede ser una fuente de conflicto, porque pone en tela de juicio la mediocridad con la que las grandes empresas a menudo llevan sus negocios. El hecho de que tenga una conciencia más desarrollada, así como un mayor conocimiento, hace que la persona de talento pueda discutir y derribar la lógica del poder, los líderes incompetentes, la búsqueda del beneficio ‘usa y tira’, la mercantilización de cada asunto y la manipulación de cada persona.

La relación con el talento pasa por estas fases: formación, atracción, uso y aprovechamiento, valorización y motivación, que debe traducirse en una retribución adecuada y planes de carrera basados en las competencias. En lo que se refiere, en cambio, a las características principales del talento, destacaría:

1. Conocimiento: una educación ‘cualquiera’ no sirve, es necesaria una educación de calidad y profesores capaces de transmitirla.
2. Especialización: en la actualidad el nivel de dominio de un ámbito es tan complejo que la especialización es una necesidad.
3. Interdisciplinariedad: sirve una cultura polifacética, artística y científica, filosófica y técnica, como base para el desarrollo del talento, que es operativo pero también relacional.
4. Entrenamiento: el ejercicio intencional, el coaching de campo, el mentoring del jefe son elementos absolutamente necesarios para el desarrollo del talento.
5. Conciencia y compromiso: la empatía y la capacidad de escuchar y entender a la gente son el principio de todo.

Finalmente, el factor decisivo en la formación del talento es la presencia de entrenadores y profesores a la altura de las ambiciones. La socióloga estadounidense Harriet Zuckerman ha llevado a cabo un estudio fascinante, que analiza vida y obra de 92 premios Nobel, desde 1901 hasta 1972: 48 de estas personas habían trabajado, de una u otra forma, bajo la dirección de otros premios Nobel. Es decir, para obtener un Nobel, hay que ser formados por personas que sean dignas de un Nobel.

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