No debemos pensar que buenos atletas sean siempre sinónimo de buen equipo: no hay evidencia de que las buenas habilidades individuales aumenten el rendimiento del equipo. La condición para la formación de un equipo de éxito es que cada miembro del grupo esté dotado de espíritu colectivo y de la capacidad de aportar valor al conjunto. Casi siempre este espíritu colectivo implica una cierta generosidad hacia el equipo, ser capaz de, en un momento determinado, perder un poco de éxito personal para incrementar el éxito del conjunto.
El atleta, ya sea un adulto o un niño, debe ser capaz de establecer con los otros componentes del grupo las mejores relaciones posibles. En el deporte, y en el fútbol en particular, el primer líder del grupo es el entrenador, cuya tarea principal es precisamente la de fomentar el espíritu de solidaridad y favorecer el desarrollo de relaciones positivas, fortaleciendo las cualidades de cada componente del grupo y ofreciendo a todos unos motivos de satisfacción personal.
Hasta hace pocos años, el atleta era considerado una máquina programada para entrenar, mejorar y ganar; poco a poco se ha comenzado a dar paso a la idea de que el atleta es, ante todo, un ser humano, con sus pensamientos, sus ideas, su actitud y, sobre todo, su universo emocional y relacional. Desde esta perspectiva nace la necesidad de reconsiderar el concepto de equipo en los deportes, que no es un simple conjunto de individuos que cumplen con un objetivo común, sino más una pequeña sociedad, donde, en paralelo con el objetivo común, hay que tener en cuenta todos los mecanismos que se establecen en el momento en que las personas ‘están juntas’.
A la visión estática de antes, sostenida por reglas pensadas exclusivamente para generar campeones, se contrapone hoy la idea de que la evaluación del deportista ha de ser compatible con la realización del ser humano, con sus fortalezas, sus debilidades y su dinámica interior.
Liderazgo deportivo, influencia en el deportista y en la persona
Es necesario, por tanto, hacer hincapié en el papel clave desempeñado por el entrenador-líder, que ya no es sólo el referente principal para los conceptos técnicos, sino también, y sobre todo, el soporte psicológico, el guía tanto técnico cuanto moral para sus atletas. El ‘Míster’ resume en sí mismo una multiplicidad de papeles muy difíciles de sostener: enseña los elementos técnicos, pero es sobre todo la persona a la que los atletas se refieren para cualquier tipo de necesidad.
El liderazgo deportivo, entonces, pasa a representar un proceso de influencia interpersonal orientado no solamente a la consecución de objetivos específicos, sino a convertirse en un mecanismo fundamental para lograr una mayor satisfacción profesional y personal, gracias al equilibrio y al mutuo apoyo de los miembros del equipo.
Existen varios tipos de liderazgo deportivo. Simplificando mucho, los principales son:
Liderazgo carismático, donde cualquier decisión es tomada por el líder, que establece objetivos, medios y motiva a sus atletas, adoptando un estilo de mando casi paternalista, de timonel, con la abolición de cualquier intento de participación en la toma de decisiones por parte de los miembros del equipo (Mourinho, Guardiola, Simeone).
Liderazgo burocrático, donde la acción del líder es básicamente la de control y coordinación, la conducción está regulada por una jerarquía y normativa precisa, explícita y formal, donde los atletas sólo deben preocuparse de rendir en sus tareas (Ferguson, Capello, Benítez).
Liderazgo participativo u orientado a las relaciones humanas, donde se deja amplio espacio a la contribución individual de cada participante. El proceso de toma de decisiones está en manos de todo el equipo y el líder asume una función de asesoramiento, de relaciones exteriores y de vigilante del buen funcionamiento, también en resultados, del equipo. (Ancelotti, Del Bosque).
El entrenador debe ser flexible y tener en cuenta que diferentes grupos y situaciones requieren diferentes tipos de liderazgo. No es lo mismo entrenar a jóvenes inexpertos que a campeones consolidados. Ni a equipos recién constituidos o a equipos maduros de alta contribución en el sentido técnico del término. A veces es necesario ser firmes y autoritarios y otras comprensivos y habladores.
Lo que sí es esencial para el líder es ser aceptado por el grupo, sobre todo si éste se ha formado antes de su llegada, y entender sus necesidades y requisitos específicos. Un buen liderazgo deportivo debería saberse dosificar entre dos polos de mando: uno orientado al resultado, en vista de los objetivos que se deben alcanzar, y otro orientado a las relaciones interpersonales, para el control de los mecanismos que se presentan cuando se reúne un conjunto de seres humanos en un grupo. Un buen líder también puede renunciar a su estatus para asegurarse de que su equipo no esté centrado en él, sino en sí mismo.
Una de las peculiaridades de los deportes de equipo es la de crear en el mismo relaciones jerárquicas, que implican roles, tareas y comportamientos diferentes. Esto ocurre en todos los grupos sociales, pero a diferencia de un grupo de amistad o de trabajo, en un equipo deportivo a menudo nacen liderazgos bicéfalos, como sucede casi siempre en el fútbol. Esto significa que no existe un líder único capaz de influir en las actitudes y el comportamiento de otras personas, sino que dos figuras diferentes que deben ser capaces de trabajar en complementariedad para el bienestar de todo el equipo. Estas dos figuras son el entrenador y el capitán.
El entrenador de un equipo es el ‘líder institucional’, no elegido por los jugadores, sino por la directiva. Precisamente por esta razón, sobre todo al principio, debe ser capaz de mostrarse a la altura de su cargo y asegurarse la confianza del equipo. La credibilidad de su liderazgo se rige en la sabiduría técnica y estratégica.
El capitán, en cambio, es el ‘líder íntimo’ o ‘interno’. Es líder porque el equipo así lo ha decidido, eligiéndole por sus cualidades técnicas pero, sobre todo, personales y relacionales. Es el punto de referencia para todos los miembros del grupo y, por esta razón, debe mantener relaciones serenas con todos los otros jugadores y estar dispuesto, si fuera necesario, a dejar de un lado sus necesidades personales a favor de las del grupo.
La presencia de este doble liderazgo conduce a dinámicas de relaciones y de poder más delicadas que en cualquier otro tipo de grupo. Es necesario que los dos líderes cooperen entre sí sin obstaculizarse, de lo contrario, el naufragio de todo el equipo es el escenario más probable (Casillas-Mourinho). Sin embargo, cuando la asociación entre el liderazgo institucional y el interior es firme y fértil (Puyol-Guardiola), se puede abrir el camino hacia el éxito deportivo de un equipo de fútbol.
Los equipos de mayor éxito de la historia, como el Barça de Guardiola y Messi, el Ajax de Michels y Cruijff, o el Milan de Sacchi y Van Basten, gozaban de un ‘liderazgo difundido’, donde a un líder institucional fuerte se sumaban un líder interno y varios sub-líderes (Xavi, Iniesta, Mascherano, Neeskens, Krol, Suurbier, Baresi, Maldini, Rijkaard). Siempre y cuando todos estén del mismo lado, no se creen parroquias y se luche por los mismos objetivos, esta es seguramente la mejor condición para un equipo de fútbol.
Publicado en Voces Económicas