Nos toca decidir si dar paso a un nuevo Renacimiento o precipitar en el caos

Cada año, millones de personas deciden visitar la Capilla Sixtina y rendir homenaje a la Mona Lisa. Si Leonardo y Miguel Ángel volvieran a nacer hoy, ¿tendrían éxito? Inspirado por Xavier Ferrás y su excelente artículo, me pregunto si la era que estamos viviendo será un nuevo Renacimiento, cargada, como está, de oportunidades y riesgos.

Los dos genios italianos vivieron en un momento tumultuoso, caracterizado por descubrimientos e innovaciones históricas, pero también por cambios radicales. En menos de cuarenta años, Gutenberg inventó la imprenta, Colón llegó al Nuevo Mundo y Vasco de Gama descubrió la ruta marítima a Asia. La peste remitía, la población europea se estaba recuperando y la salud pública, el bienestar y la educación mejoraban.

El genio humano prospera en estas condiciones. Además de los logros artísticos, florecieron las teorías revolucionarias de Copérnico y una amplia gama de sectores, desde la biología a la ingeniería y la medicina. Verdades fundamentales e indiscutibles durante siglos se estaban desmoronando. Precisamente esta aceleración provocó una gran inestabilidad.

Nuevas enfermedades se propagaron a ambos lados del Atlántico. Martín Lutero utilizó la prensa de Gutenberg para difundir nuevas ideas y dar lugar a la Reforma. Europa se partió en dos: protestante y católica. Los turcos-otomanos conquistaron el Mediterráneo oriental. Guerras y crisis de refugiados incendiaron el continente. En Florencia, el fraile populista Girolamo Savonarola alimentaba las peores reacciones al cambio.

En esos mismos años, Miguel Ángel quitó el velo a su David. En su cara, el héroe reflejaba la determinación de quién sabe cuál será su próximo movimiento, pero no su resultado. El genio había esculpido a David en ese fatídico momento, entre la decisión y la acción, entre la realización de lo que debía hacerse y la búsqueda del valor necesario para lograrlo. Los florentinos, y con ellos occidente, conocían ese momento. Lo estaban viviendo.

Nosotros también lo estamos viviendo. La era actual es un desafío: entre la conexión global y el desarrollo humano; entre las fuerzas de inclusión y las de exclusión; entre el florecimiento del genio y la explosión del caos. Si el siglo XXI será recordado como uno de los mejores o peores de la humanidad, dependerá de nuestra capacidad para explotar las posibilidades y mitigar los peligros que conlleva ese desafío.

Por primera vez en la historia, la población urbana supera la rural. Catorce de los quince años más calurosos jamás registrados pertenecen al siglo XXI. En 2050, habrá cerca de 10 mil millones de personas en la tierra, de las cuales casi la mitad vivirá en el continente africano. En Europa, la edad media es de más de 40 años, en África es menor de 20. Los europeos ya casi no tenemos hijos. Y un pueblo que no se reproduce no confía en el futuro, precipita en el miedo, no innova y apenas se adapta.

Hace tan sólo un siglo, en el crepúsculo del período colonial, en el planeta existían alrededor de 50 estados, hoy son casi 200. Gobernar el mundo es mucho más complejo, tal vez imposible. Desde la antigua Roma hasta la Londres victoriana, la paz siempre ha estado garantizada por un sistema hegemónico internacional capaz de desalentar los desafíos, mientras que el conflicto es mayor cuando hay una competencia por la hegemonía. ¿El XXI será el primer siglo verdaderamente americano, tras el asentamiento sucesivo a la victoria en la Guerra Fría, o los esfuerzos de algunos actores asimétricos y de pocas potencias emergentes lograrán forjar un mundo multipolar y, por lo tanto, más inestable?

Según la teoría de las ondas de Kondrátiev, la historia de los últimos dos siglos y medio está marcada por ciclos económicos de 40/70 años, caracterizados por la aparición de nuevas tecnologías. Estas fluctuaciones son concomitantes con la esfera sociopolítica: las guerras y las revoluciones están incluidas en el proceso rítmico de los grandes ciclos. El crecimiento de nuevas fuerzas productivas crea las condiciones previas para una intensificación de las luchas económicas y sociales.

Actualmente estamos al principio de la sexta onda, tras cerrar uno de los ciclos más largos de la historia del capitalismo con la crisis de 2008-2011. Aún no está claro cuál será la tecnología en la que se basará esta nueva etapa: Inteligencia artificial, blockchain o biotecnología. Es la Cuarta Revolución Industrial. Las antiguas revoluciones eran lentas y se desarrollaban dentro de un marco de tiempo que excedía la esperanza de vida de las personas. Nuestra Revolución, en cambio, se juega en un tiempo mucho más corto que nuestra propia vida profesional. El riesgo de volverse obsoletos es muy alto.

Este momento de transición, si por un lado abre escenarios llenos de posibilidades para aquellos que sean capaces de imaginarlos, por el otro alimenta los temores que provoca la inseguridad. Hoy en día, la industria, en todo el mundo, está acumulando o distribuyendo niveles récord de beneficios, en lugar de invertirlos. En el momento en que deberíamos desafiar a Goliat y vencer el miedo con coraje, la tendencia es retirarse y esconderse en el proteccionismo.

¿Dónde están los liderazgos capaces de convertir el incremento de la riqueza en el incremento de la distribución? ¿Dónde están los liderazgos capaces de revertir los incrementos tecnológicos en incrementos de productividad, manteniendo y mejorando las tasas de empleo y los salarios?

En un mundo que cambia tan rápidamente, lo que más falta es una perspectiva para mirar más allá de lo cotidiano. Los líderes civiles y políticos necesitan una perspectiva para crear una visión positiva que vincule los grandes impulsores del cambio a nuestras vidas diarias. Los operadores económicos necesitan una perspectiva para filtrar el caos de noticias e información que nos bombardea diariamente y tomar decisiones competentes. Los jóvenes necesitan una perspectiva para encontrar respuestas a sus preguntas y el camino hacia sus pasiones.

Para adquirir una perspectiva de la época actual, hay que mirar hacia atrás: ya lo hemos vivido. Los elementos que hace quinientos años en Europa lograron desatar el genio y subvertir el orden social están presentes nuevamente en nuestras vidas. Las fuerzas del desarrollo principales son la mejora de la salud, el bienestar y la educación.

Las guerras y las enfermedades se habían reducido en las décadas anteriores al Renacimiento. Hoy en día, aunque la guerra no se haya convertido en un tabú, las muertes en el campo de batalla disminuyen y la medicina ha sumado casi dos décadas a la esperanza de vida global. La próxima generación de adultos será la primera en la historia en ser casi universalmente alfabetizada.

Hay que asumir que los beneficios aportados por la revolución digital se manifiestan con un cierto retraso en comparación con las expectativas. Es necesario concentrarse en el elemento organizativo y humano para poder aprovechar lo más rápido posible lo que nos ofrece. El reto no es tecnológico sino cultural. Tenemos que trabajar en ese 20% de las actividades más sofisticadas indicadas por el principio de Pareto.

Esto no significa solo profundizar las habilidades de conocimiento, sino, sobre todo, implementar los procesos de capacitación de esas soft skills que nunca serán reemplazadas por máquinas: los procesos de empatía/pasión y las habilidades técnicas de interacción, gestión del cambio, comunicación. Porque, incluso si la robótica y la inteligencia artificial ocuparán el entorno laboral, las habilidades sociales formarán parte de aquellos aspectos humanos irreproducibles y necesarios para el éxito de cualquier organización.

Un Renacimiento inevitablemente produce ganadores y perdedores. Nuestro contrato social se está debilitando, justo cuando las tecnologías para pedir solidaridad o incitar a la rebelión se hacen más poderosas. Hace quinientos años, la hoguera de las vanidades de Savonarola, las guerras de religión, la Inquisición y otras revueltas populares desgarraron la paz en la que el genio humano se estaba abriendo paso.

Ahora, de la misma manera, el extremismo, el proteccionismo, el populismo y la xenofobia laceran las conexiones que permiten la aparición del genio contemporáneo, que prospera en las diversidades y en la contaminación. La ira popular ha vaciado a nuestras instituciones públicas de la legitimidad necesaria para implementar acciones valientes. Necesitamos una alianza entre jóvenes y expertos; entre valentía y sabiduría; entre mujeres y hombres. Para ser renacentista, nuestro siglo deberá ser, ante todo, humanista. Además, con toda probabilidad, estoy convencido de ello, tendrá que ser por fin el siglo de la mujer.