Las líderes frente a la pandemia lo hacen bien porque son buenas

Las crisis tienen la gran virtud de desenmascarar a los líderes mediocres y sobrevalorados. Personajes que hasta hace unos meses cosechaban un gran consenso popular, en unas pocas semanas vuelven a posicionarse entre lo ridículo y lo inadecuado. El tema del liderazgo es aún más crucial en un momento de gran incertidumbre como este, y de la situación actual podemos sacar algunas indicaciones interesantes.

En 2006, la decisión de la viróloga italiana, Ilaria Capua, de dar a conocer públicamente la secuencia genética del virus de la gripe aviaria, dio paso al desarrollo de la llamada ciencia open-source para promover el libre acceso a los datos por parte de toda la comunidad científica. Capua fue nombrada «mente revolucionaria» por la revista ‘Seed‘ y una de las 50 mejores científicas según Scientific American. Ese simple gesto inició un debate internacional gracias al cual, hoy, la OMS, la FAO y la OIE promueven y apoyan mecanismos de intercambio más eficientes, transparencia de datos y un enfoque interdisciplinario para mejorar la preparación a los eventos pandémicos.

Este episodio es emblemático: necesitamos más colaboración y altruismo y protagonistas menos egocéntricos. El hecho de que fuera una mujer quien iniciara esta revolución puede ser una coincidencia, pero en todo caso, es una coincidencia que no sorprende. Una de las muchas lecciones que nos deja la epidemia de COVID-19 es que necesitamos más mujeres al mando. En la actualidad, las mujeres gobiernan 18 países y 545 millones de personas en todo el mundo. Es el 7% de la población mundial, exactamente el mismo porcentaje de mujeres CEO en la lista Fortune 500.

Ya después de la crisis financiera de 2008, varios informes sugirieron que los bancos liderados por un mayor porcentaje de mujeres, así como los países que disfrutaban de una mayor representación de mujeres en su sistemas de liderazgo, particularmente en el sector financiero, sufrieron menos las consecuencias de la crisis económica mundial. Christine Lagarde, entonces directora del FMI, declaró que «si Lehman Brothers hubiera sido Lehman Sisters, la crisis económica habría sido claramente diferente».

Frente a la pandemia, Alemania ha realizado más test per cápita que cualquier otro gran país del mundo, lo que probablemente contribuyó a controlar la propagación del virus. La canciller Angela Merkel tiene un doctorado en química cuántica, que le proporciona una preparación científica y un enfoque que la mayoría de sus contrapartes no tienen. Eslovaquia, dirigida por la abogada Zuzana Caputova, ha implementado uno de los bloqueos nacionales más rápidos del mundo (solo 8 días después del primer caso confirmado), logrando una de las tasas de mortalidad más bajas de Europa (0,4 por millón de personas). Eslovaquia ha sido más rápida que la mayoría de los países también en la implementación de pautas estrictas para el uso de mascarillas y guantes, incluidos los funcionarios del gobierno.

La Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, se ha convertido en un ejemplo internacional por la empatía mostrada durante la pandemia, así como por los excelentes resultados obtenidos. Por supuesto, sus logros también se deben a la geografía del país y a su pequeño tamaño, pero el liderazgo también es un factor. Nueva Zelanda ha implementado test generalizados y Ardern ha respondido a la crisis con claridad y compasión. Tsai Ing-Wen, ex profesora de derecho, se convirtió en la primera mujer presidenta de Taiwán en 2016. Tsai ha ejercido un control rápido y efectivo de la pandemia. A pesar de la proximidad con China, la isla de Formosa ha contenido el virus, y ha podido enviar suministros médicos a Estados Unidos y otros países europeos. Dinamarca (dirigida por la primera ministra Mette Frederiksen) y Finlandia (la primera ministra Sanna Marin es jefa de una coalición cuyos otros cuatro partidos están liderados por mujeres) también han hecho un gran trabajo frente al nuevo coronavirus.

La presidente etíope Sahle-Work Zewde (que reconoce la cuestión del género como «el tema más transversal de todos») se unió a otros líderes nacionales para escribir una carta al ‘Financial Times‘ en la que abogaban por la cooperación global. «Podemos contener y contrarrestar la COVID-19 de manera más efectiva», escribieron, «derribando las barreras que obstaculizan el intercambio de conocimiento y cooperación. Las crisis como estas tienden a sacar lo mejor y lo peor de las personas. Es nuestra responsabilidad como líderes alentar a los primeros y contener los segundos”.

Obviamente, hay muchos otros factores que han determinado los diferentes enfoques y consecuencias, como la riqueza, la densidad de población y el acceso a ciertos equipos médicos. Ser mujer no implica saber manejar mejor una pandemia global o ser un mejor líder: Teresa May no lo hizo mucho mejor que Boris Johnson. Además, esta inferencia reforzaría las ideas sexistas de que todas las mujeres son inherentemente más compasivas y colaborativas. Sugerir que las mujeres cuentan ‘naturalmente’ con más compasión, amor, empatia e intuición revitaliza el cliché del ‘género más dulce’: un líder que cuida de su gente como una buena madre. Por lo contrario, las mujeres están desempeñando un gran papel en la lucha contra este virus, pero no porque estén biológicamente predispuestas a ello.

También hay quienes teorizan que las mujeres generalmente deben estar más preparadas para convertirse en líderes. Deben cumplir con estándares mucho más altos que los hombres, ya que a las mujeres rara vez se les permite fallar tanto como los hombres pueden hacerlo. Como escribió la ex primera ministra australiana, Julia Gillard, en 2019: «Se ha dicho durante mucho tiempo que una mujer tiene que trabajar el doble y tener el doble de inteligencia para obtener la mitad del crédito de un hombre». Sin lazos familiares y ‘protecciones’ masculinas, es cierto que llegar a romper el techo de cristal se vuelve mucho más complejo y no queda mucho espacio para la mediocridad.

Este segundo enfoque probablemente tenga más solidez, en cualquier caso, las mujeres líderes en política lamentablemente siguen siendo una anomalía estadística y no se pueden elaborar correlaciones definitivas. Lo que sin duda se puede decir es que cierto tipo de liderazgo más inclusivo, aplicable tanto por hombres como por mujeres, es más útil en la gestión de situaciones como la que estamos experimentando y, con toda probabilidad, también en el futuro que derivará de ella.

Una crisis sanitaria, con importantes consecuencias sociales y económicas, debería empujar a actuar con empatía, colectividad, desinterés y más aversión al riesgo. Cuando se trata de controlar una enfermedad, una actitud estoica, aparentemente dura y que aspira a transmitir una sensación de invencibilidad, puede ser muy perjudicial, como han demostrado los casos de Donald Trump, Boris Johnson o Jair Bolsonaro. Por el contrario, los líderes, ahora más que nunca, deben priorizar la inclusión y el intercambio de información.

Es indicativo que, cuando se trata de autoevaluación, las mujeres tienden a subestimar sus habilidades, mientras que los hombres se sobreestiman. En otras palabras, desde un punto de vista estadístico, los hombres piensan que son mucho más competentes de lo que realmente son, lo que los hace menos propensos a buscar un asesoramiento experto, aceptar opiniones discrepantes o estar abiertos a nueva información que no respalde sus prejuicios. Exactamente lo contrario de lo que se necesita en este momento.

Por lo tanto, más que del propio género, los mejores resultados podrían depender de la orientación psicológica general. De hecho, sabemos desde hace tiempo que existen diferencias de género consistentes y significativas en los comportamientos relacionados con la salud. En comparación con los hombres, las mujeres tienden a vivir más tiempo porque practican comportamientos saludables con más frecuencia y constancia.

La pandemia también ha iluminado el trabajo indispensable y no remunerado que las mujeres brindan diariamente a sus familias y al conjunto de la sociedad. Además, representan el 70% de la fuerza laboral mundial en el comparto sanitario. Sin embargo, el informe Global Health 50/50 de 2020, muestra que los órganos directivos siguen siendo predominantemente masculinos y, si las tendencias actuales persisten, la igualdad de género a este nivel no llegará antes de 40 años.

Es superficial y erróneo decir que un mundo gobernado por mujeres podría haber evitado la catástrofe de la COVID-19, pero con toda probabilidad el planeta que ocupamos sería un lugar más seguro y mejor con menos machos alfa y más mujeres competentes ocupando los lugares clave de sociedad.

Publicado por ESADE DoBetter

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