La fotografía enseña a liderar

La fotografía es un arte relativamente joven. Nació justo antes del cine y después de todas las artes clásicas. Es la responsable de la entrada en la modernidad del arte visual, un verdadero elemento disruptivo que obligó a los pintores a buscar nuevos caminos, procedentes de su mundo interior, para dar forma a una realidad que la fotografía describía ya mejor que cualquier pincel.

La llegada de este fenómeno a las artes se asemeja a la situación actual de la gestión y del liderazgo, cuando las prácticas establecidas durante décadas se ven cuestionadas por la llegada de elementos nuevos. La fotografía fue una revolución porque logró trasladar sus enormes ventajas y combinarlas con las nociones aprendidas durante siglos de historia y trabajo, como los estudios sobre la perspectiva, la luz o el color. Vivimos en un mundo cambiante en el que es necesario aportar algo nuevo y personal si uno quiere garantizarse un futuro de éxito. En este mundo volátil e inestable, la fotografía nos enseña a tomar distancia, a analizar, inmortalizando el particular para intervenir en lo general.

En primer lugar, de hecho, la fotografía nos obliga a tener una visión, un enfoque y una mirada de conjunto muy clara desde la cual localizar un detalle particular sobre el que centrar la atención y, sobre todo, la acción. Es un ejercicio constante de focalización, en función del cual, antes de actuar en cualquier dirección, es necesario tener claro un objetivo y un medio eficaz para lograrlo.

Podríamos esperar sentados durante días a que se presente el sujeto perfecto para nuestra foto, pero la realidad es que no tenemos todo el tiempo necesario y debemos crear las condiciones para sacar la instantánea soñada. La fotografía nos enseña a ser flexibles, a cambiar de marco y de escenario si la porción de realidad que vemos no nos convence. Esta es una época que requiere rapidez de movimiento y adaptabilidad. Debemos estar listos para sacar la imagen en todo momento, ya que es muy probable que el tren tarde en volver a pasar. También debemos tener paciencia y capacidad para esperar a que maduren los frutos del trabajo de preparación.

Este nivel de flexibilidad y adaptabilidad, además de paciencia, solo se puede alcanzar a través de un perfecto dominio del medio. Debemos conocer perfectamente todas las características de nuestra cámara, las lentes, los objetivos, cómo se comporta con luces diferentes, tenemos que mantener las baterías cargadas y saber cómo responde nuestra tacto. En definitiva, estar preparados. Probar y experimentar, permitiéndonos equivocarnos hasta alcanzar lo deseado. Una vez adquirido el conocimiento necesario, entonces podremos olvidarnos de todo y dar rienda suelta al instinto y la improvisación, que muy a menudo marcan la diferencia.

El conocimiento no debe ser solo de carácter técnico y referirse a nosotros mismos. Necesitamos conocer nuestro entorno y nuestros objetivos. El silencio y la escucha activa de las personas, conocerlas en profundidad, comprenderlas en fin, nos permite dibujar retratos que detecten la verdadera esencia, notar los detalles y apreciar elementos que parecían estar escondidos. Para fotografiar un rostro debemos sentir empatía con la persona y con su historia, tenemos que entender a quién nos enfrentamos, ponernos en sus zapatos, solo así saldrá un retrato fiel.

A veces, incluso las cosas más mundanas pueden abrir perspectivas profundas e inesperadas. Debemos aprender a fijarnos en los pequeños detalles que componen el cuadro principal. Para esto, es necesario también entender la potencia de los símbolos y comprender el valor de la comunicación. Un pequeño detalle, una mirada, un gesto, pueden comunicar mucho más que mil palabras y fijar recuerdos que marcarán la evolución de una relación o de un negocio.

La fotografía es un gesto artístico, pero también de comunicación, y comunicar es una actividad plural. Aunque salgamos solos a sacar fotos, debemos recordar que a través de nuestros ojos pasará la mirada de muchas otras personas y que todo será visto desde múltiples perspectivas. Hay ángulos y dimensiones diferentes para todo y solo si estamos lo suficientemente abiertos para explorarlos, elegiremos los correctos para cada situación. Esta apertura mental, precisamente, es la base de la influencia, la verdadera ventaja competitiva del liderazgo de nuestra época.

 

Publicado en CincoDías