Cuando la radio, en el mundo en blanco y negro, anunciaba «un hombre solo al mando» con decenas de minutos de ventaja sobre el grupo, era difícil pensar en un deporte de equipo. Eran tiempos de líderes solitarios, como Fausto Coppi o Eddy Merckx. En una época más moderna, Miguel Indurain fue el mejor ejemplo de liderazgo sobre ruedas, no solo para su equipo, sino para todo el grupo, ya que se imponía sin la necesidad de aniquilar a los adversarios. El navarro influía sin mandar. Sabía distribuir los éxitos, delegar y, cuando tenía que asumir las responsabilidades personalmente, nunca fallaba.
Hoy el ciclismo es cada vez más un deporte de equipo: detrás de la victoria de un individuo hay un grupo de personas que adoptan todas las estrategias posibles para permitir que el corredor designado para la victoria final llegue cerca de la meta en las mejores condiciones físicas y mentales. En este sentido, este deporte refleja la evolución del liderazgo, pasado de la ‘jefatura’ jerárquica a la exaltación del trabajo en equipo donde el talento individual brilla y permite resultados mejores para todo el grupo.
No es casualidad que el más individual de los deportes de equipo (o el más equipo de los deportes individuales) se haya convertido en una de las actividades de team building más practicadas y eficaces. Las numerosas simetrías con las dinámicas de un grupo de trabajo surgen de manera natural al analizar la disciplina deportiva; que tal vez más que ninguna otra encarna los conceptos de resiliencia, autodisciplina y resistencia, un viaje que pasa por las subidas y bajadas inevitables de una carrera profesional y de la vida de una organización.
El ciclismo profesional tiene como punto focal la estela del aire: los corredores que pedalean detrás gastan menos energía porque no tienen que enfrentarse a toda la resistencia del aire, bloqueada por el ciclista colocado delante de ellos. Esto explica por qué el equipo es tan importante y debe estar organizado en roles bien definidos. Primero se elige al capitán, normalmente el ciclista más fuerte y/o talentoso del equipo, y por lo tanto con más probabilidades de victoria; el resto de los corredores tienen la función de protegerlo y ayudarlo a ahorrar la energía necesaria para el sprint final.
Dentro del equipo deben estar muy claros los objetivos comunes y todos los recursos deben ser utilizados para su realización. La comunicación interna debe ser libre, simple, rápida y llegar a todos los miembros para que todos sigan la misma estrategia. Por otro lado, cada atleta, aunque trabaje para el objetivo común, necesita sentirse satisfecho con su trabajo: es importante, por lo tanto, que reciba las gratificaciones y satisfacciones adecuadas por parte de sus compañeros y el entorno completo.
De hecho, el secreto del éxito radica en reconocer y poner en valor las características de cada miembro del grupo, estableciendo una combinación de talentos diversos: velocistas, escaladores, rodadores. Si el equipo está bien conformado, las diferencias se armonizan de tal manera que los corredores forman un único tren, en el que cada componente es un vagón que realiza una parte del trabajo para optimizar las fuerzas y permitir que el talento individual marque la diferencia. Cohesión, comunicación, gratificaciones personales, autorregulación comportamental (capacidad de crear y aceptar las normas) y la experiencia de vida en común son la base de una estrategia ganadora.
Una colaboración eficaz requiere interdependencia, el reconocimiento de que ninguna persona puede lograr todo por sí sola, y la confianza se convierte en la moneda que alimenta esta interdependencia. El líder del equipo no es solo la figura más talentosa, debe ser también consistente y creíble, y tener una elevada capacidad para influir y gestionar directamente las dinámicas internas entre los compañeros.
Los miembros del equipo confían en su líder y depositan en esta figura todas sus expectativas, sobre todo desde un punto de vista emocional, ofreciéndose incluso a renunciar a algo de sí mismos para contribuir a la causa común. La empatía necesaria para analizar las dinámicas que se crean dentro de los equipos es fundamental para comprender las relaciones emocionales entre los miembros, la gestión de la autoridad y, sobre todo, la gestión de los momentos de dificultad, entendiendo los mecanismos mentales que producen determinadas situaciones tanto desde un punto de vista colectivo como individual.
Al lado del líder, a menudo en el ciclismo encontramos a un ‘vice’, que no es tanto la figura que le sustituye en los momentos de ausencia o falta de forma, sino la persona que actúa como intermediario, poniéndose como ejemplo de disciplina para el resto del equipo, con el que suele establecer una relación más directa; luego existe un grupo de corredores, los ‘gregarios’, que como buenos jugadores de equipo aceptan la disciplina del mismo y se ajustan a las reglas creadas por el líder o el entrenador, porque reconocen en ello la guía que los llevará al éxito. Por último, también están las figuras técnicas, el personal que prepara las bicicletas para los atletas y quienes organizan la logística. Su trabajo, menos visible, es indispensable para preparar el éxito.
También en el ciclismo, como en todos los deportes de equipo, es indispensable contar con un grupo de atletas unidos desde un punto de vista emocional, que vivan como propios los éxitos de sus compañeros. De hecho, es inútil tener en el equipo al mejor atleta del mundo si vive y trabaja en un ambiente hostil, donde cada persona piensa primero en sus objetivos personales. Un equipo sano y eficaz se mueve compacto y cada integrante presta atención a sus compañeros, verificando siempre su posición, respetando a quienes tienen menos capacidades y ayudándolos a alcanzar la meta: nadie puede ni debe quedarse atrás.
El ciclismo trasciende el sprint solitario del liderazgo y abraza la sinfonía del esfuerzo colectivo, entrelazando propósito compartido, confianza, comunicación, claridad de roles, resolución de conflictos, flexibilidad y celebración de los éxitos comunes e individuales. Los ciclistas deben equilibrar velocidad, resistencia y seguridad, del mismo modo que los líderes deben manejar múltiples prioridades: rentabilidad, bienestar de los empleados, innovación. Igual que los ciclistas recorren terrenos diversos, los líderes enfrentan desafíos siempre nuevos, llenos de imprevistos, y el ritmo del pedaleo simboliza la tenacidad, la adaptabilidad y el impulso hacia adelante.
Los ciclistas superan la fatiga de la subida, sabiendo que la bajada les espera, pero incluso la bajada requiere control y una gestión cuidadosa del riesgo. En este sentido, el esfuerzo del pedaleo obliga en todo momento a mantener la concentración y la mente puesta en el rendimiento y los objetivos, incluso mientras se atraviesan hermosos paisajes, convirtiéndose así en un ejercicio de mindfulness que requiere resistencia y alimenta la construcción de los puntos fuertes a lo largo del tiempo. El ciclismo, finalmente, es un deporte meritocrático: enseña que no hay resultado sin esfuerzo. Se puede pedalear solo, pero es más divertido hacerlo con otros, sobre todo porque se va mucho más rápido y seguro.
Publicado por Expansión